Estos días, una vez más… por desgracia… me he vuelto a sentir conmocionada e impotente…
Me he vuelto a preguntar por qué… Cómo es posible… Qué le pasa a nuestra sociedad para que no podamos atajar estas cosas… para que no podamos preverlas… para que sigan ocurriendo.
Entre la gran cantidad de noticias que nos asaltan diariamente… impunemente… desde todos los frentes que tenemos abiertos, porque hoy nuestras «casas», nuestros «yoes» tienen todas sus «ventanas» abiertas al mundo de par en par… Entre esa ingente cantidad de noticias, digo, muchas de las cuales, lamentablemente, consiguen estremecernos hasta la médula, hay algunas que saltan con una virulencia especial…
Me estoy refiriendo a ésas que tienen como protagonistas a niños y a adolescentes que, de la noche a la mañana, deciden acabar con sus jóvenes vidas y, tal como lo piensan, lo hacen.
¿Por qué?… ¿Qué les desespera tanto para llegar a estos extremos?
Cada uno de estos chavales, evidentemente, tiene en última instancia unos motivos muy concretos… En cada caso, la chispa que hace que todo estalle es algo muy específico…
… Pero todos ellos llevan tiempo arrastrando y sufriendo algo muy intenso, que al igual que una célula cancerígena, va comiéndose todas sus defensas y no da la cara hasta que ya es muy tarde.
Y lo peor de todo es que es algo tan común y tan conocido que, por eso mismo, no nos paramos a pensar en las trágicas consecuencias que puede llegar a tener…
Se sienten INCOMPRENDIDOS.
Cuántas veces les hemos oído quejarse de que los mayores no les entendemos; que no nos tomamos en serio su angustia… Y se preguntan si a nosotros, cuando éramos como ellos, no nos pasó lo mismo… Si no nos sentimos, en algún momento, tan «abandonados» como ellos se sienten ahora, por los que entonces eran nuestros mayores.
A partir de los 10 años, aproximadamente, a veces antes, a veces después, el niño empieza a tomar conciencia de una realidad que no es tan buena, ni tan «guay» como había creído.
Esto les obliga a hacer un gran esfuerzo emocional para adaptarse a ella lo mejor posible y para integrarse en ella con ciertas garantías de éxito.
La percepción que el niño empieza a tener del ambiente que le rodea, como algo hostil y «ajeno» a él, va golpeando su personalidad… Dándose además la tremenda circunstancia de que se trata de una personalidad en pleno proceso de desarrollo… con la vulnerabilidad que esto conlleva.
Si, por poner un ejemplo, un árbol joven, que está empleando toda su energía en crecer y en consolidarse, fuera víctima de grandes vientos, lo más probable es que se torciera y se desarraigara, si sus raíces no estuvieran bien ancladas bajo la superficie.
Vale; pues, salvando las distancias, pensemos ahora un poco en los estragos que puede ocasionar el ambiente en el que se desarrolla un niño… con todas sus trampas y sus exigentes condiciones… si este niño no tiene una buena base, especialmente a nivel afectivo, que le proteja y que le aporte la savia necesaria para consolidar adecuadamente su personalidad.
… Y si ese niño no cuenta con esta «savia«, o al menos, si no lo percibe así, se va metiendo poco a poco en ese pozo que llamamos Depresión y que, a estas edades, se manifiesta con cosas como: una cierta agresividad sin motivo aparente, irritabilidad, tristeza, falta de apetito, desinterés por los amigos y por salir con ellos, mucho juego en solitario, mucho internet… demasiado internet…
¿Pero por qué se meten en ese pozo?
Porque lo cierto es que no se atreven a pedir ayuda…
Y el próximo día te digo por qué.