Vas a hacer algo y lo primero que te planteas es: ¿Pero qué dirán si hago… tal? O ¿Qué pensarán si digo…?
Y ese Qué Dirán nos preocupa y hace que nos replanteemos las cosas.
Y a lo mejor, incluso, nos sirve de ayuda para modificar, para añadir o para quitar algo que puede ser determinante a la hora de conseguir el mejor resultado posible.
Pero hay veces que ese Qué Dirán deja de ser una preocupación y pasa a convertirse en un Obstáculo, en un Grave Impedimento, que nos imposibilita para seguir adelante.
… Y aquí es donde está el problema.
A ver… Vamos a partir de la base de que a todos (a unos más que a otros, pero a todos) nos gusta criticar… Pero no me refiero a hacer crítica constructiva; aunque también se hace, por supuesto.
Me refiero a esa otra crítica que, a pesar de que se quiere hacer pasar por constructiva, lo que pretende es meter el dedo en el ojo y retorcerlo hasta hacer el mayor daño posible al Criticado.
Estoy hablando de la acepción más sibilina de la Crítica. Nos gusta «criticar», humillar, ridiculizar, hacer «pupa emocional»… Y como nos conocemos y sabemos que eso «nos gusta», también lo tememos… y nos entra el pánico porque sabemos que los demás son como nosotros y «les gusta criticar».
Entonces, entro en «modo terror» porque me había planteado ponerme el vestido rojo para ir a trabajar y al sacarlo del armario pienso:… «¿Qué pensarán de mí? ¡Lo mismo creen que voy muy provocativa!»…
¡Zas!… ¡Ahí estamos!…
Y ahora vamos a reflexionar:… ¿Soy yo misma la que pienso que voy provocativa con ese vestido y pongo esa idea en la cabeza de los demás porque no me atrevo a reconocerlo?… ¿O, aunque creo que es adecuado para ir a trabajar y me veo bien con él, pienso que, como soy yo la que lo lleva, mis compañeros me van a «despedazar»?… ¿O es que yo «despedazaría» a otra si lo llevara y temo que hagan lo mismo conmigo?…
Esto es sólo un ejemplo de lo que podemos pensar… Porque pueden ser muchas cosas las que pensamos cuando pensamos «qué pensarán» los demás… Y todas nos llevan a entrar en esa fase de pánico, que nos impide hacer o decir algo.
Ahora bien, si dejamos a un lado nuestras inseguridades, que por suerte o por desgracia vienen con nosotros «de serie», ya que parece que son parte fundamental de nuestro ADN, tenemos que ser conscientes de algo que es básico (aunque por eso mismo no lo tengamos en cuenta) en las relaciones humanas…
Que cada persona piensa a su manera… Que cada uno tenemos nuestras propias ideas… Que lo que para uno es maravilloso, para otro es un desastre… Que hay tantas «realidades» como personas hay en este mundo nuestro, y todas son «reales»… Que mi «objetividad» es tu «subjetividad»… Que lo que tú piensas, a mí ni se me había pasado por la cabeza… Que a cada uno nos gusta una cosa y que nuestros gustos son diferentes o incluso opuestos…
Entonces… con tal variedad de pensamientos, de ideas, de opiniones, de realidades, de objetividades, de subjetividades, de gustos y de disgustos…
… es absolutamente imposible… repito IMPOSIBLE, gustar a todo el mundo, o estar de acuerdo con todo el mundo, o evitar la crítica de… ni siquiera, del que tenemos al lado.
Así pues… y llegados a este punto… ¿Qué más da lo que piensen los demás?
Puedo pedir una opinión sobre algo… puedo aceptar sugerencias… puedo tener en cuenta otras ideas… puedo respetar (mejor dicho, debo respetar) lo que otro quiera decir…
… Pero no tengo por qué anular o invalidar mis opiniones, mis gustos, mis ideas, por el Qué Dirán…
… Porque ¿Decir? Van a decir siempre… y pueden decir cualquier cosa…
… PERO YO TAMBIÉN DIGO.