En las entradas anteriores os he estado hablando del Miedo…
Pues voy a seguir.
Os decía que, aunque todos alguna vez hemos deseado tener la facultad de no sentirlo nunca, debemos reconocer, sin embargo, que en la mayoría de las ocasiones, esa sensación es un mecanismo de defensa… Nos protege.
Aunque, hay que reconocer que se trata de una sensación tan desagradable que, en algunos casos, las cosas se han complicado hasta el punto de llegar a Tener Miedo De Sentir Miedo.
Y es que… no es para menos.
Porque, en primer lugar, se percibe una tensión que dispara las alarmas y hace que todo nuestro cuerpo tome posiciones… Los músculos parecen contraerse; el sistema nervioso entra en Modo Alerta; el corazón acelera el ritmo de sus latidos y el cerebro se ensimisma y se concentra para tratar de dar con la salida adecuada que contrarreste o evite el peligro inminente.
A nivel psicológico, nos sumergimos en un estado de ansiedad que, en sus primeras fases, es muy útil para desarrollar eso que hemos llamado Modo Alerta… Pero si se sobrepasan esos niveles, digamos beneficiosos, corremos el riesgo de caer en el Bloqueo… Y eso nos hace añicos emocionalmente… porque inhibe nuestras defensas y nos convierte en seres vulnerables e incapacitados para protegernos y, por supuesto, para el ataque.
Hasta aquí todo muy clarito y muy entendible…
Pero ¿qué pasa con el miedo a todo?… ¿Por qué alguien puede llegar a asegurar que tiene miedo de algo que es absolutamente inofensivo?
Nuestra sociedad, vertiginosa y feroz, que no da tregua alguna si queremos subir al tren del progreso y del buen nivel de vida, paradójicamente va minando, de forma progresiva y pertinaz, la capacidad del hombre para conseguir permanecer subido en ese tren…
Uff!… Vaya párrafo!!!… Seguro que lo podía haber dicho de otra manera… no tan «académica»… Seguro… Pero a veces me dan esos «prontos»… Te pido disculpas, si no es de tu agrado.
Pero bueno… a lo que iba…
El caso es que, cuanto más exigentes sean los retos a los que tenemos que enfrentarnos, mayor es el riesgo de fracaso y, en la misma proporción, aumentará la inseguridad y el miedo… tanto a perder lo conseguido, como a no conseguirlo nunca.
¿Y cuál es la consecuencia?… Que esa persona se vaya convirtiendo en un ser desconfiado, taciturno… y miedoso.
Luego hay también otros Miedos, que resultan incomprensibles para quien no los sufre, pero el afectado vive absolutamente condicionado por ellos.
Y así nos podemos encontrar con el miedo al ridículo… el miedo al qué dirán… los llamados miedos nocturnos… el miedo a lo desconocido… y, llegados a situaciones extremas, los miedos a cosas de lo más variopintas que degeneran en fobias.
Si le preguntamos a alguien por qué tiene miedo, por ejemplo, a salir a un gran espacio abierto (agorafobia), lo más probable es que no sepa explicarlo, sin embargo nos dirá que siente algo más fuerte, que se trata de una sensación de peligro real, acompañada de temblores, vértigos, taquicardias, etc.
Y cuanto más nos aproximamos a la «realidad» de Esos Otros Miedos, mejor más nos damos cuenta de la angustia que experimentan sus víctimas.
Una angustia que, además de los síntomas físicos que suelen acompañarla, produce un importante desajuste emocional… que empieza en la incapacidad para realizar ciertas cosas… y puede llegar hasta la desorganización de la personalidad y el bloqueo absoluto.
Así que, el cuadro puede llegar a ser lo suficientemente grave como para que tratemos de comprender a las personas que lo sufren y que, en algunas ocasiones, ni se atreven a decirlo por el Miedo a Nuestras Burlas… que se añade, con un peso insoportable, a Ese Otro Miedo que ya tienen de por sí.
Pero todavía tengo algunas cosas más que contarte…
Este tema da para mucho.
¿Quedamos para la siguiente entrada?…