¡Maldita Felicidad!

 

 

Quizá lo hayáis observado en alguna ocasión… O quizá, lo hayas experimentado tú alguna vez…

Cuando una persona ha conseguido algo por lo que ha luchado con todas sus fuerzas… o cuando alguien ha encontrado a esa otra persona con la que se siente plenamente identificado y con la que es feliz… hay momentos en que entra en «modo pánico» por el temor a perder lo que tanto ha costado alcanzar.

Hasta aquí… bueno, digamos que es comprensible.

El problema es cuando se llega a un punto en que el miedo a la pérdida empieza a ser algo obsesivo… y de ahí, se pasa a sufrir un pánico atroz a «ser feliz»… Y eso ya sí que no se entiende…

… Aunque tiene una explicación.

Os pongo el ejemplo de esa persona que estaba secretamente enamorada de otra… Sufría cuando no la veía, porque no estaba a su lado y no sabía qué estaba haciendo… y sufría cuando la veía, porque estaba a su lado y no podía «acercarse» a ella.

Pero un día… ¡por fin!… algo cambia, conectan, se dan cuenta de que están hechos el uno para el otro y empiezan una relación de pareja.

A partir de ahí, teóricamente al menos, todo debería ser felicidad para esa persona que tanto había ansiado esta relación. Sin embargo, pasados los primeros días de «vivir en una nube», una mañana se despierta con una sensación de pánico, por temor a «caerse de esa nube y estamparse contra el suelo»…

Porque cree que está viviendo un sueño del que, irremediablemente, se va a despertar… Porque no se explica que «alguien tan divino» haya bajado al mundo de los mortales para estar con «alguien que no le merece».

Y la inseguridad empieza a campar a sus anchas.

Entonces, se redoblan los esfuerzos para hacerse merecedor de tal divinidad y se vuelca completamente en estar pendiente de ella, en complacerla; se convierte en su «más ferviente servidor», para evitar que un descuido por su parte provoque la huida del otro.

Pero también aparece el miedo a que tantas atenciones lleguen a empachar y que el otro se canse, lo que también podría ser motivo de huida.

Así pues, se va entrando en una situación tan confusa que, irremediablemente, sumerge a quien la padece en una tristeza infinita, por el convencimiento de que, haga lo que haga, estará mal hecho y, tarde o temprano, lo perderá todo.

Y ya no puede disfrutar de lo que tanto deseaba… Ya no puede disfrutar de esa felicidad que imaginaba… y que tenía.

Ya no cree que merezca la pena tener lo que se desea.

Y ese malestar le lleva al siguiente razonamiento… Si conseguir la felicidad, me hace ser infeliz… ¡maldita felicidad!…

… Es mejor ser infeliz… Estarás triste, pero al menos podrás dormir por las noches, sin temor a perder algo… simplemente, porque no lo tienes.

Es decir… se empieza a tener miedo a ser feliz.

Y el miedo, como todos sabemos, es una sensación tan paralizante que nos imposibilita para maniobrar adecuadamente en busca de la salvación… Así que, dejamos que el barco se hunda… ahogándonos en el mar de la inseguridad.

La inseguridad… La «única culpable» del miedo a ser feliz.

Ya hemos hablado mucho de ella… Y volveremos a hacerlo.

Pero hoy lo dejo aquí.

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