Esa Imposible Compañera llamada Soledad

 

 

Al pretender hablar de un tema tan corriente, en apariencia, como es éste, podéis pensar, incluso antes de empezar, que el título es tan obvio que no merece la pena perder el tiempo con ello.

Sin embargo, por mucho que se utilice esta palabra, uno no se llega a imaginar toda la amargura, tristeza o desengaño que pueden esconderse tras sus letras.

Hoy quizá me enrolle un poco más de lo acostumbrado; pero creo que merece la pena… Sólo espero que, si llegas hasta el punto final, tú pienses lo mismo.

Los seres humanos «estamos hechos» para vivir en Sociedad… o sea, en Compañía.

Tal es así que la inmensa mayoría de nuestras manifestaciones emocionales o conductuales las realizamos en función de los demás; en función de lo que puedan pensar; en función de lo que puedan hacer o decir, o como consecuencia de ello.

Cómo será que, hasta la misma palabra Soledad, quiere decir «estar sin la compañía de los demás».

Sin embargo, tras estos comentarios iniciales, tengo que detenerme en dos aspectos de la Soledad, que alteran sensiblemente su concepción y sus consecuencias.

En primer lugar tenemos el hecho de «estar solo», donde el verbo estar nos indica algo ocasional, transitorio, que no va más allá de la pura anécdota y que, por tanto, no suele afectar, en condiciones normales, a la persona que está así.

Pero hay un segundo aspecto, más peliagudo y, en la mayoría de los casos, con unas implicaciones que pueden desestabilizar la personalidad de quien lo sufre. Me estoy refiriendo a la cuestión de «sentirse solo».

Mientras que el «estar» hace mención sólo a circunstancias externas y, como vimos antes, ocasionales, el «sentirse» nos habla de algo interno, íntimo, emocional y, por tanto, influyente de manera decisiva sobre nosotros.

Porque en el mismo instante en que una persona empieza a «sentirse» sola, se pone en marcha una compleja red de mecanismos psicológicos, mayoritariamente negativos, que van desde la autocompasión, a la autorrecriminación;  y desde la autominusvaloración, hasta la autoagresión…

Es decir, esa persona sufre y como siente que se está haciendo sufrir a sí misma, su pensamiento lógico la lleva a verse como su peor enemigo. Y decidme ¿qué cosa puede haber peor que tener al enemigo metido ya no en la propia casa, sino dentro de nosotros mismos?

¿Pero por qué una persona puede llegar a sentirse sola?

Quizá, en algunos casos muy concretos, todo haya empezado por un problema de Inseguridad.

Cuando se tiene el convencimiento de que todo se hace mal, de que cualquiera es mejor y hace todo mejor que uno, esa persona, quizá para defenderse, se repliega en sí misma; piensa que si no habla, si no hace nada, estará a salvo de meter la pata y evitará así las críticas de los demás.

El caso es que, a medida que va pasando el tiempo, ese repliegue se ha hecho tan pronunciado que, al centrarse únicamente en sí mismo, se hacen más evidentes los propios defectos y, en consecuencia, esa persona piensa que no puede imponer su presencia a los demás, porque sólo sería un estorbo para ellos.

Empieza así la autocompasión y, dentro de esa misma lógica, el hecho de no querer estar con los demás, para no compararse con ellos, pasa a convertirse en la idea de que los demás «pasan de mí» y nos dejan a un lado porque no valemos para nada.

De ahí, al sufrimiento por esa Soledad que ha sido Autoimpuesta, no hay más que un paso. Y ese sufrimiento puede degenerar en una angustia o en una amargura que va minando poco a poco la salud emocional del individuo y haciendo que éste se sienta cada vez más despersonalizado; o sea, menos persona, menos digno y, por eso mismo, menos merecedor del derecho a la vida.

Por otro lado, hay otro tipo de Soledad, No Autoimpuesta, que convierte a quien la sufre en una «víctima inocente» de las circunstancias.

Me refiero a la que se produce como consecuencia de la pérdida o el abandono de seres queridos; de esas otras personas con las que se han compartido muchas cosas, hasta el punto de llenar una vida y que, de pronto, por unas razones o por otras, uno se ve privado de su compañía.

Se origina así una profunda sensación de vacío, que resulta tan incomprensible como dolorosa… Y es más dolorosa aún, cuanto más incomprensible es.

Además, las cosas se complican especialmente a medida que se instala en esa persona el desengaño por lo que se esperaba que fuera y no fue… o por lo que se imaginaba duradero y no duró…

Y cuanta más edad tiene la víctima de esta Soledad, mayor es el sufrimiento…  porque piensa que ya no hay tiempo para intentar llenar ese hueco… por la sinrazón de la pérdida, después de haberlo dado todo… por el dolor que supone la idea de que ya no queda nada más que esperar a que todo acabe definitivamente y cuanto antes.

Todo esto y muchas más situaciones y conclusiones que se pudieran derivar de ello, nos llevan a plantear la conveniencia de intentar buscar los medios para salir de ese pozo que, con el tiempo, se va convirtiendo en un auténtico Agujero Negro.

Si estás empezando a sentirte solo, no te conformes con la Soledad, pensando que es algo inevitable.

Y desde luego, ni mucho menos, debes resignarte a ser un sufridor de por vida («porque esto es lo que me ha tocado en suerte«).

No es lógico… No es sano… Y, bajo ningún concepto, debe ser justificable.

2 pensamientos en “Esa Imposible Compañera llamada Soledad

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