Uff!!… Menudo tema!!!…
Quizá me extienda demasiado, porque tengo mucho que decir al respecto… Así que no os sorprenda si saco de él para dos… o más… «capítulos»… ¡je!…
Bueno, allá vamos…
Vivimos en una sociedad trepidante, competitiva, estresante… Cierto ¿verdad?
Una sociedad en la que nadie, o muy pocos, quieren ser como son y todos, o la mayoría, quisieran ser como no son… Donde nadie es más que nadie; pero todos nos comportamos como si lo fuéramos o, cuando menos, nos esforzamos en serlo.
Esto genera en el ser humano un estado de continua ansiedad; de constante preocupación. Esto ocasiona, en definitiva, una alteración en nuestro estrato psicológico; lo cual tiene como resultado lo que podemos denominar como «los males de nuestra sociedad«, o en su versión más extremista, «las enfermedades de nuestra sociedad«.
Cuántas personas aquejadas por problemas tan frecuentes como dermatitis, úlceras, taquicardias, dolores de diversa procedencia y entidad, insomnio, etc., acuden a las consultas médicas en busca de un remedio farmacológico adecuado, que les ayude a superar su dolencia… Y cuántos oyen atónitos cómo el propio médico les dice que ese problema tiene una base psicológica y, por tanto, lo que realmente necesitan es una Psicoterapia, y no el consumo de determinado fármaco.
Ya en otro escrito anterior… (Ver «Por qué curan los curanderos«)… aludí a la increíble capacidad de nuestro cerebro para que, en determinados casos, se produzca una curación fuera de toda explicación lógica…
Pues bien, de la misma manera, es el cerebro o la mente de una persona, lo que nos puede llevar a desarrollar determinada sintomatología física, por el mero hecho de obsesionarnos con la idea de que «tal vez llegue a padecerlo«… O como una forma inconsciente de llamar la atención del propio individuo, previniéndole contra algo que le está haciendo daño a nivel psicológico.
Son muchas las enfermedades, disfunciones o trastornos físicos que podrían ser tratados exitosamente si, en lugar de fijarnos en el síntoma que presentamos, nos fijáramos y centráramos nuestros esfuerzos en combatir la obsesión, la depresión o la ansiedad, entre otras cosas… que son las que realmente, aunque en ocasiones muy solapadamente, están en el origen de ese problema que complica nuestra salud.
Una depresión, por ejemplo…
Cuántos hombres y mujeres se han visto obligados a pedir una baja laboral… porque no se encontraban bien… porque estaban experimentando una serie indefinida de dolencias que no sabrían detallar, pero que les provocaba un malestar continuo… y un no poder levantar cabeza.
Y en estos casos, no pongo yo en duda que esté bien prescribir un psicofármaco o un medicamento adecuado que anime al paciente… En muchos casos, en muchos, estos fármacos constituyen una gran ayuda y no pretendo, de ninguna manera, repudiar su uso…
Pero… me pregunto yo y os pregunto a vosotros… ¿no sería más acertado, quizá, en vez de centrar los esfuerzos en combatir el síntoma, descubrir qué es lo que produce esa depresión y actuar directamente sobre ello?
Si ese síntoma aparece es porque algo lo está originando…
Eliminando el síntoma… o tapándolo, como ocurre en la mayoría de los casos… se puede conseguir una mejoría… transitoria.
Pero mientras no se actúe de lleno sobre lo que lo provoca; mientras permanezcan en esa persona las preocupaciones o sufrimientos que generan esa depresión… lo que hoy ha desaparecido con la farmacología, dentro de un cierto tiempo, tal vez no demasiado largo, volverá a aparecer y quizá, incluso, con mayor virulencia.
Decidme, salvando las distancias claro, de qué sirve bajar la fiebre de un enfermo, si no se elimina la infección que la produce.
Bueno…
Pues seguiré con esto el próximo día…
Aquí os espero.