El otro día os decía que, cuando dos personas empiezan una relación de pareja, esperan y desean que esa relación sea duradera.
Se plantea, con una chispa de ilusión en la mirada y con gestos entrañables, aquello de «envejecer juntos»…
Pero nadie se para a pensar, en esos primeros momentos, ni se imagina, ni sospecha, ni prevé cómo puede ser eso de «envejecer juntos»…
Y la cosa es importante.
Porque lo malo de que pase el tiempo es que, en primer lugar, no pasa igual para todos, porque unos envejecen peor que otros. Y en segundo lugar, porque ese «paso» del tiempo conlleva ineludiblemente una serie de cambios físicos y psicológicos que, si ya nos cuesta aceptarlos en nosotros mismos, mucho más difícil es aceptarlos en el otro.
Así pues, para que una relación de pareja sea duradera y estable, hay que saber aceptar estos cambios… ¿Pero a qué cambios me refiero?
Pues verás…
Algunos de estos cambios tienen que ver con la forma de amar y de relacionarse íntimamente con el otro.
Si en la juventud parece que prevalece más la excitación física y las sensaciones que el placer erótico acarrean, felizmente enriquecidas con la ternura, el afecto y la sensibilidad… a medida que vamos «madurando», el placer físico va cediendo terreno (aunque sin declinar por completo) al placer «psicológico»; el cual se encuentra en la compañía, en la complicidad, en la ternura y en el conocimiento íntimo de la pareja… Y la vivencia de todo esto, mezclándolo de vez en cuando con el ingrediente «picante» del erotismo, da como resultado la experiencia plenamente satisfactoria de lo que se entiende por «Amor».
Por otra parte, y en lo que a cambios físicos se refiere, con el paso de los años, la ley de la gravedad tiene la «incordiante» costumbre de volverse cada vez más implacable… y todo se nos empieza a caer… ¡Todo!… Y nos cuesta mucho más mantenerlo erguido… ¡Todo!…
Y llega un tiempo en que todas esas cosas que se mostraban tiempo atrás tan «altaneras»… poco a poco ya no sólo es que se caigan… ¡sino que se «hunden»!…
Y esto hay que saber llevarlo con dignidad…
Así pues, uno debe aprender a estimarse a sí mismo, en su decadencia física, para ser más tolerante con la decadencia del otro.
Y ya que hablamos de tolerancia… ¿Qué pasa con eso de «fíjate lo que se le acaba de ocurrir a mi pareja»?… ¿»Fíjate con lo que me sale ahora»?
Es necesario aprender a ver y a valorar aquellas cosas que hace el otro para intentar agradarnos… ¡aunque no sean de nuestro agrado!…
Tenemos que ser capaces de recompensar al otro y de incentivarle y motivarle… Sólo así, poco a poco, conseguiremos que sus «ocurrencias» por fin alcancen el nivel y la entidad que nosotros esperamos.
En vez de estar al acecho para «pillarle» en un error y reprochárselo, lo mejor es estar pendiente de sus buenas cualidades y de sus aciertos… y, por supuesto, elogiarle por ello.
Cuando alguien hace algo y obtiene una recompensa, del tipo que sea, por ello, tenderá a repetirlo y a mejorarlo… Primero, porque ha comprobado que eso le gusta al otro y, segundo, porque las consecuencias que ha tenido le gustan a él.
Y cuando alguien recibe «recompensas» se siente mejor; está más receptivo; se muestra más atento con el otro; se facilita la comunicación y la intimidad; se desarrolla la complicidad; se muestra más tolerante con los fallos ajenos; se enfrenta mejor a las contrariedades; se presta más a compartirlo todo…
… Y se convierte en un buen Amante… y en un buen «Amador»…
… Y ya tenemos preparado y listo para degustar y paladear ese exquisito cóctel que llamamos Relación de Pareja.