Archivo por meses: noviembre 2014

No sé «ligar»

 

 

Veinticinco… Veintiocho… Treinta años… Chico… Chica… Hombre… Mujer…

Y no sales con nadie… No tienes pareja… Y no la encuentras porque dices que eres tímido… o tímida; que no sabes qué hacer para acercarte a ellas… o a ellos. Y que, además, te da miedo intentarlo, porque no quieres que te rechacen o que se rían de ti.

Bueno… El miedo al rechazo y al ridículo es algo más común de lo que pensamos y todos, en algún grado, lo sentimos más de una vez… y más de dos…

Sin embargo, lo que realmente está ocurriendo es que somos víctimas de ciertos niveles de autoexigencia, porque queremos que todo salga bien.

La cuestión es que, cuanto más te esfuerces en que todo sea perfecto, en esa misma proporción, cualquier paso que intentes dar hacia delante también será más torpe… La clave entonces está en que te muestres tranquilo ante esa situación.

Al fin y al cabo, si lo piensas un poco, es una situación normal. Se trata de relacionarte con otra persona… sin más. Y eso lo hacemos todos los días, en casa, en el trabajo, en la calle… Así que, algo sabemos al respecto.

Pero hay algunas cosas que quizá te ayuden en esos momentos «más especiales»… Por ejemplo, ponte ropa con la que te veas bien, pero que te resulte cómoda (aunque sea de fiesta o «de salir»)… Cuanto más cómodo te sientes contigo mismo, mejor te sentirás ante los demás.

Habla con naturalidad, como si te estuvieras dirigiendo a un compañero o conocido. Después de todo, en cuanto sabes el nombre de otra persona y tienes una «panorámica» de su aspecto, técnicamente se puede decir que ya la conoces… aunque no sea «en profundidad».

Por otra parte, si quieres que los demás piensen que eres una persona segura de sí misma, ante todo tienes que aparentarlo (aunque la procesión vaya por dentro, ya sabes)… Pero no te pases: Si un tímido no consigue nada, a un fanfarrón o a una lanzada se les mira con recelo y se les rehúye; por lo que tampoco consigue nada.

Entonces, con aplomo y, sobre todo, con «buenas maneras», empieza hablando de cualquier cosa que no tenga relación directa contigo, ni con ellas o ellos, y que sea intrascendente… Y si al hacerlo, le pones alguna que otra sonrisa a tu expresión, conseguirás muchos más puntos en la evaluación que están haciendo de ti en ese momento.

Porque… y esto es una realidad… te están examinando. Y tú lo sabes. Por eso te pones nervioso… o nerviosa ¿Verdad?… ¿Pero cuántos exámenes te han  hecho en tu vida?… ¿Colegio, Instituto, Universidad?… Y alguno has aprobado ¿no?… Pues eso.

Ahora bien… ¿Qué pasa si te digo que, en este tipo de exámenes, «la nota» ya te la han puesto antes de que empieces a hablar?… Es probable que alguna vez hayas estado en el lado «examinador», por lo tanto ya sabes de qué estoy hablando… Así pues, eso es lo menos importante… Esa «nota» se puede cambiar, a medida que se van haciendo méritos.

Sigue adelante con la conversación, como si nada… Observa sus expresiones y, si compruebas que una frase llama su atención, desarrolla ese tema hasta donde puedas. Pero bajo ningún concepto hables de cosas personales. Estás en «el primer paso» y no te conviene subir la escalera saltando de tres en tres… Te podrías caer.

Así que, si todo ha ido bien, si la conversación ha sido entretenida y os habéis sentido los dos cómodos, despídete con amabilidad y haz una propuesta para quedar en otra ocasión… Pero no para el día siguiente. Da un respiro… Porque para despertar el interés de alguien hacia ti, tienes que dosificar tu presencia y provocar en ese alguien, las ganas de verte.

Pero si las cosas no han funcionado como esperabas, no pierdas el tiempo. Despídete también con amabilidad y dirige tus esfuerzos hacia otro lado.

En esto, como en casi todo, funciona muy bien la teoría del ensayo y el error. Haces algo ¿sale mal? Aprendes qué es lo que no ha funcionado y lo tienes en cuenta para la próxima vez… Pero haces algo y sale bien… y aprendes qué es lo que ha funcionado y lo desarrollas para alcanzar el objetivo.

O sea, cuanto más practiques, mejor lo harás… Así que no te quedes en casa, masticando tu desgracia, lamentando tus fracasos y buceando en tu victimismo.

No consientas que un «fracaso» con alguien en concreto te desmoralice. Además, piensa que, si alguien no ha sucumbido a tus encantos, es porque realmente ese «alguien» no se merece a una persona tan maravillosa como tú.

A ti te está esperando alguien especial.

Sólo se trata de que la encuentres.

 

Cuando el «Alma» se defiende

 

 

Dolores… Malestar… Náuseas… Mareos…

Ya hemos visto en otras ocasiones cómo diferentes trastornos emocionales (ansiedad, estrés, angustia, etc.) suelen conllevar la aparición de una sintomatología física o funcional que altera, por sí misma, el desarrollo de la conducta normal de una persona.

Y estos síntomas, que tienen más incidencia en el caso de los niños que en el de los adultos, suponen una perturbación en el funcionamiento de un órgano cuando no hay una causa de tipo físico que la explique.

Entre los diversos trastornos psicosomáticos que pueden presentarse especialmente en los niños, encontramos los siguientes: Alteraciones del sueño; convulsiones; trastornos de tipo alimentario (anorexia, bulimia, ausencia de masticación…); trastornos digestivos (vómitos, cólicos, dolores abdominales…); trastornos de esfínteres (enuresis, encopresis…); trastornos respiratorios (asma); trastornos cutáneos (eccemas, urticaria, alopecia…), etc.

Y ante semejante abanico de posibles disfunciones, cabría preguntarse hasta qué extremos puede llegar el componente psíquico de una persona o, como algunos autores señalan, el poder de la mente.

Por supuesto, la mayoría de estos problemas no están provocados conscientemente…

Y ahí está, precisamente, el problema.

A nadie le gusta sufrir de insomnio, o ver su piel invadida por unas manchas rojizas que, además de antiestéticas, producen unos picores o unos escozores insoportables.

Pero esto, aunque parezca contradictorio, es una suerte; porque significa que su mente o su alma no se callan ante una situación que consideran dañina.

Es difícil en cuatro líneas tratar de explicar cómo el cerebro, auténtico motor tanto de la vida consciente como de la inconsciente de una persona, se rebela ante los estímulos que le agreden.

Pero de la misma forma que, ante una invasión vírica, nuestro organismo pone en marcha una serie de estrategias, que llamamos síntomas, y que nos indican que se ha producido tal o cual infección, lo que, por otro lado, nos empuja a combatirla, así también nuestra mente se sirve de toda una serie de manifestaciones para comunicarnos que el equilibrio psicológico se halla amenazado por tal o cual motivo y que tenemos que hacer algo al respecto.

Y como nuestra mente no cuenta con elementos visibles para mostrarse o para hablarnos de lo que está ocurriendo, tiene que echar mano de lo más inmediato que es el cuerpo que la cobija y que, a la vez, funciona porque ella quiere que funcione.

Todas estas manifestaciones del alma de una persona, y muy especialmente en el caso de los niños, son síntomas o signos que aparecen incluso, en muchos casos, de forma muy espectacular para indicar que hay un conflicto interno importante; y el intento de suprimirlos, con tal o cual medicina, sin tener en cuenta lo que los produce, puede ocasionar un aumento indeseado de los mismos; puede provocar la sustitución de éstos por otros síntomas o, en el peor de los casos, el desarrollo de un desequilibrio que complique aún más el normal y deseable funcionamiento psíquico del individuo.

Y no es que quiera ponerme melodramática… o trágica, pero es que… desgraciadamente, es así.

Así que, si observas que, por ejemplo, tu hijo de ocho años se queja de algún dolor cada vez que tiene que ir al colegio; o si vomita el desayuno; o si parece demasiado cansado, y el pediatra te ha dicho que su salud es buena… es que ha llegado la hora de consultar al psicólogo.

No pierdas tiempo.