Archivo por meses: octubre 2014

A vueltas con el sueño…

 

 

Me meto en la cama… No me duermo… Empiezo a dar vueltas… No encuentro postura…

Mis pensamientos van y vienen… Y no sé por qué, porque no tengo preocupaciones importantes… ¡Pero nada, oye; que no me duermo!

Y antes de que se haga de día, ya está sonando el despertador… Me tengo que levantar… Y luego, estoy toda la mañana ¡que me caigo de sueño!

Llego a casa, me siento a comer y después digo ¡ésta es la mía!… ¡una siesta cortita y como nuevo!… Media hora sólo, porque tengo que volver al trabajo…

Pero apenas he entrado en mi adorado mundo del sueño y ya me tengo que levantar otra vez…

¡Esto me pone de un humor terrible y ya estoy toda la tarde mal!… ¡Y por la noche, otra vez sin dormir!… ¡uff!…

¿Es esto lo que te pasa?…

Quizá estés sufriendo algún grado de estrés.

En ocasiones, las circunstancias laborales o personales nos llegan a agotar de tal manera que nuestro organismo se resiente y pone en marcha respuestas que tratan de advertirnos de ello, para que cambiemos nuestras costumbres o modifiquemos algunas cosas en nuestra vida.

A veces, se llega a un punto en el que, a pesar del cansancio y de la necesidad de dormir, que parece irse acumulando, sin embargo el cuerpo sigue «sin enterarse», por decirlo de alguna manera, insistiendo en dar su particular alarma para que se adopten otros hábitos.

Y, de esta forma, se entra en un círculo vicioso en el cual, por más que se esfuerce uno en dormir, menos lo consigue.

Vale… Pues te voy a hacer algunas sugerencias…

Deja de empeñarte en lograrlo. Y aunque pases todavía algún día igual de malo, trata de no echarte esa pequeña siesta después de comer.

Después, establece una hora fija para acostarte por la noche y respétala: intenta no ir a la cama ni antes, ni después…

Si una vez en la cama, no te duermes en treinta minutos (como máximo), levántate, vete al sofá y lee un poco (pero leer ¿vale?… no veas la tele), hasta que te entre sueño. Entonces, vuelve a la cama… Si pasa otra media hora y sigues sin dormir, repite el mismo procedimiento… Y así, hasta que te duermas, o hasta que te tengas que ir al trabajo… Lo que sería una faena, sí; pero se dará por bien empleado, si al final se consigue el objetivo de dormir bien.

Y después de comer, pase lo que pase, sigue sin echarte la siesta y, a la noche siguiente… repite el mismo «truco»: misma hora de acostarte… cama, sofá y cama (si es necesario, claro).

Puede ocurrir que todavía, durante algunas noches más, no lo consigas; y te las pases enteras de la cama al sofá y del sofá a la cama…

Pero no te desanimes y trata de ser muy disciplinado con esta estrategia.

Sólo así conseguirás dominar tu cuerpo y lo reeducarás para dormir, todas las noches… todas las horas que tú quieras.

Al fin y al cabo, nuestro cuerpo es nuestro mejor aliado… y hará lo que queramos que haga…

Simplemente hay que «enseñarle»…

¡A las once, en casa!

 

 

La actual situación de crisis económica, con la consiguiente dificultad para encontrar trabajo que tienen los jóvenes, está dando origen, de un tiempo a esta parte, a multitud de problemas emocionales, tanto a nivel personal, como relacional. Pero muy especialmente, a nivel familiar.

Son muchos los chicos y chicas que, con veintiséis, con treinta y, en ocasiones, con más años, ven frustrados sus deseos de independencia económica y se ven obligados a seguir viviendo en el domicilio familiar; a expensas de que sus padres no sólo les den cobijo y les alimenten, sino que también les sufraguen, en la medida de sus posibilidades, las salidas nocturnas del fin de semana y las diversiones que reclaman y necesitan para poder mantener las relaciones con sus iguales.

Esto suele generar frecuentes conflictos entre padres e hijos ya que los primeros consideran que, mientras el retoño esté en su casa y dependa de ellos, se tiene que someter a sus reglas; en tanto que los hijos creen que ya son mayorcitos para decidir qué ropa se ponen, con quién salen, cuándo, qué van a hacer y, lo más peliagudo, hasta qué hora.

Pienso que el enfrentamiento, las discusiones y el intentar imponer «su razón» por la fuerza no llevan a nada… Espera. Sí… Lleva a más enfrentamientos, más discusiones y más conflictos… Y, en las ocasiones más dramáticas, incluso, a entrar en barrena hacia la violencia familiar.

Por otra parte, intentar razonar, cuando ambos «contendientes» tratan de desgranar miles de argumentos, para hacer prevalecer su propia postura, sin hacer la menor concesión a la postura del otro, tampoco es la mejor solución.

¿Entonces, qué hacer?

Te pongo un ejemplo: Eres un chico (o una chica) de veintitrés años. Es viernes y quieres salir esta noche. Te acercas a tu padre y le pides veinte euros. Tu padre te mira con el ceño fruncido y mientras saca la cartera del bolsillo, te dice: ¡A ver a qué hora llegamos esta noche!

Si tu respuesta es: ¡Jo, qué pesado, siempre igual; pues ya veré; cuando se vayan mis amigos!… ¡Pííííííííí!… ¡Respuesta incorrecta!… Te acabas de cargar el fin de semana.

Sin embargo, si respondes: «Pues, no sé; yo pensaba que sobre las cuatro (de la madrugada), más o menos ¿qué te parece?»… Claro, te arriesgas a que te diga ¡Ni hablar. A las once, en casa!… Pero, lo más probable, es que abras la puerta a una negociación que, si la llevas con calma, puede ser muy beneficiosa para ti.

Resumiendo… Por muy contradictorio que parezca, lo mejor es ponerse de su lado. Hacerle ver que comprendes sus puntos de vista y sus temores. Hazle ver que, aunque no lo compartes, entiendes que en ocasiones sean tan severos, dadas las dificultades que existen, tanto a nivel económico como de seguridad (ya sabes… la noche y sus peligros). Cede un poquito ante sus «normas»; colabora con ellos en el cuidado y mantenimiento de la casa; participa de la vida familiar durante la semana y, en alguna ocasión, llega a la hora que te digan, sin cuestionar nada.

Verás que, poco a poco, tus padres también se irán mostrando más «colaboradores» contigo y también se irán esforzando por respetar tu postura, aunque sea opuesta a la suya y tampoco puedan entenderla.

¿Y qué pasa si eres un padre o una madre?

Pues es lo mismo… pero desde el otro lado.

¿Qué edad tienes ahora? ¿Cincuenta, cincuenta y cinco…?

¿Tuviste alguna vez veintitrés años?… Eso me parecía.

Y me dirás que las cosas eran diferentes. Que con la edad que tiene tu retoño ahora, tú ya ganabas un sueldo; que tenías novia, o novio «formal»; que no había tanta inseguridad en las calles, ni tantas «bandas callejeras»; que tú ibas a lo tuyo y ya está… Sí. Tal vez. O no. Pero que tú eras tú.

Vale. Pero, a pesar de que «tú eras tú», también querías que tus padres te entendieran; que te respetaran; que se pusieran en tu lugar; que tuvieran en cuenta tus deseos y tus necesidades.

¿Lo hicieron?… ¿No?… ¿Cómo te sentías?… ¿Y por qué vas a cometer tú el mismo error ahora?

¿Lo hicieron?… ¿Sí?… ¿Entonces…?… Porque no has salido tan «malo» ¿no?

No es cuestión de «imponerse», a ver quién puede más; a ver quién gana esta vez.

Es cuestión de acercar posturas y de tratar de descubrir puntos comunes que, con toda seguridad, los hay… aunque estén un poco «escondidos» y, de entrada, no se vean.

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Una madre me escribía esta semana y me planteaba que su hijo, supongamos que se llama David, de 7 años, había vuelto a hacerse pis en la cama, tras cuatro años «de sequía»; y que esto ocurría desde que a su hermano pequeño le habían ingresado en el hospital para realizarle una delicada intervención quirúrgica.

Al final de su correo, me preguntaba por qué había vuelto a pasar esto y cómo podían corregirlo.

He decidido contestarla mediante este blog, porque entiendo que es un problema que se da con relativa frecuencia y quizá pueda ayudar a otros padres que se encuentren en una situación parecida.

Es más común de lo que pensamos que un niño, a esa edad, retome conductas superadas hace tiempo si cree que, con ello puede recobrar lo que considera una pérdida de «sus derechos»; o sea, una pérdida de cariño, de atenciones, de interés hacia su persona; en resumen: una pérdida de «su Trono».

Un «Trono» por el que, por cierto, ya tuvo que luchar con uñas y dientes, unos años atrás, cuando llegó a su casa «El Intruso».

Pues bien. Resulta que ahora, cuando se había relajado y percibía que todo estaba más o menos «en orden», «El Intruso», al que ya había conseguido poner en «su lugar», se ha propuesto otra vez «derrocarle», poniéndose no sólo malito, sino «muuuuuuy malito».

Esto, naturalmente, ha hecho que los padres se vuelquen en el enfermo. Y aunque con David hayan seguido actuando exactamente igual, sin duda su percepción de la situación no ha sido la misma y, por ello, está intentando por todos los medios volver a reclamar «lo que es suyo».

Además, es posible que vosotros, padres, sin daros cuenta, hayáis reforzado esa conducta «inadecuada», porque, al descubrirla, quizá os hayáis preocupado por el «retroceso» que ha experimentado David; procurando hacer todo lo posible por evitar que suceda.

Vale; pues aquí es donde está el quid de la cuestión.

Partimos de la base de que se trata de un comportamiento reactivo, es decir, que ocurre como reacción ante algo. No se debe a ningún trastorno fisiológico, ni a ningún problema cognitivo o de personalidad; lo cual, como es lógico, suele asustar a los padres.

Por lo tanto, al no deberse a nada «grave» (y tengo que insistir en esto), es fácilmente evitable si se le deja de dar importancia… Tan simple como eso.

Me explico: Si en lugar de estar pendientes del niño para que no se haga pis; si en lugar de controlar el agua que bebe por la noche; si en lugar de aseguraros de que va al baño antes de irse a dormir; si en lugar de poneros el despertador de madrugada, para levantaros y llevar al niño al baño otra vez; si en lugar de retirar las sábanas por la mañana al levantarle, para comprobar qué ha ocurrido; si en lugar de todo eso, actuáis «como si no se hiciera pis», como si todo fuera igual que antes, sin preocupaciones, sin poner cara de disgusto, sin reñirle ni obligarle a que lleve la ropa a la lavadora, o sea, haciendo caso omiso de esta situación y no diciéndole nada al respecto, pero «nada», ni para regañarle, ni para disculparle, «vuestro David» empezará a darse cuenta de que así no llama la atención; que eso ya no provoca el interés de sus padres y, por tanto, buscará otra forma de captarlo.

Y es en este momento cuando los padres tenéis que estar atentos a reforzar y a elogiar las conductas adecuadas que realice el niño, las que sí queréis que desarrolle con regularidad, para que «David» se dé cuenta de que con ellas «por fin ha conseguido» lo que se había propuesto: «Recuperar sus Derechos».

A partir de aquí, y con «su Corona» otra vez «donde tiene que estar», todo volverá a la normalidad…

Mejor aún… Todos saldréis ganando. Porque él sentirá que ha recuperado vuestra atención; pero vosotros habréis conseguido que realice conductas adecuadas que quizá antes todavía no hacía.

Y colorín, colorado…