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El «Torniquete Emocional»

 

 

Nos sentimos como queremos sentirnos…

Sí; no pongas esa cara de incredulidad. Es así y te voy a explicar por qué.

Si yo me siento triste es porque «quiero» sentirme triste… Porque mis sentimientos dependen de lo que yo pienso.

Quizá creas que te sientes de una determinada manera porque alguien te ha dicho o te ha hecho algo… Sin embargo, no es así. Tú te sientes de esa determinada manera por lo que has pensado con respecto a lo que alguien te ha dicho o te ha hecho.

Si tú piensas que eres una persona genial, por poner un ejemplo, nunca dices de ti que eres idiota, o te llamas a ti mismo tonto; y por supuesto, si alguien te lo llama, simplemente no le haces caso, porque estás absolutamente convencido de que eres genial.

Fíjate, entonces, si tienen importancia las cosas que pensamos, ya no sólo con respecto a los demás, sino con respecto a nosotros mismos, que son esos pensamientos los que nos pueden amargar la vida o los que nos convierten en las personas más serenas y tranquilas del mundo. No nos amargan la vida los demás. Nos la amargamos o nos la facilitamos nosotros mismos por lo que pensamos de los demás o de nosotros.

Cada persona tiene derecho a ser como es; tiene derecho a pensar como piensa y tiene derecho a actuar como quiera actuar (Lo de si es legal o ético lo que quiere hacer lo dejaremos para otro día)…

Y tiene derecho a hacer las cosas que hace o a decir lo que dice o a pensar lo que piensa o a ser como es, porque es una persona libre.

Entonces… si tú quieres que respeten tu libertad y reconoces la libertad de los demás… ¿por qué te sienta mal lo que hace, lo que dice o lo que piensa?

Podrás estar más o menos de acuerdo con ello… Pero que te siente mal, que te fastidie, que te duela, todo eso no es culpa suya. El único responsable de ese malestar, de ese fastidio o de ese dolor eres tú mismo, debido a lo que has pensado al respecto.

¿Qué hacer entonces?… Aplicarse un buen «Torniquete Emocional».

Cuando una serpiente te muerde, te dolerá el mordisco y eso no se puede evitar. Pero si te mueres por su veneno, eso sólo será culpa tuya; porque si te haces un torniquete a tiempo y te sacas el veneno o te tomas el antídoto correspondiente, se acabó el problema.

Si Pepe dice que Juan es tonto, y Juan empieza a maldecir y a pensar: «¡¿Pero qué se ha creído éste; quién es él para llamarme tonto?! ¡El único tonto es él! ¡Habrase visto semejante idiota!»… Y deja que su pensamiento siga dándole vueltas a esa «ofensa», así sólo conseguirá sentirse mal y «envenenarse».

Pero si Pepe dice que Juan es tonto y Juan se queda tan tranquilo y piensa: «Allá él, que diga lo que quiera»… Se acabó el problema. Se puso su «torniquete emocional» y sigue con su vida sin más.

Aquí tienes el remedio para el «envenenamiento emocional»… Cambia tus pensamientos negativos por otros más positivos. Trata de ver las cosas de una manera diferente… Es el mejor «torniquete» que puedas encontrar.

Adivina, adivinanza

 

 

Es que él me conoce y sabe lo que siento… Yo sé lo que piensa ella…

¿Seguro? ¿Cómo puede saber él lo que tú sientes? ¿Cómo puedes saber tú lo que piensa ella?

¿Se lo has dicho? ¿Te lo ha dicho? ¿No?

Entonces, ni lo sabe, ni lo sabes.

No podemos pensar, de ninguna manera, que el otro sabe cómo nos sentimos si no se lo decimos. El otro no es adivino. Pero es que nosotros tampoco lo somos… ¡Ya quisiéramos! Pero no.

Os voy a poner un ejemplo… Resulta que yo veo llorar a Juan. Puedo pensar que llora porque está triste. De hecho, es lo que pensamos siempre cuando vemos a alguien derramar lágrimas. Pero, a lo mejor, nos equivocamos… A lo mejor llora porque está feliz y la emoción le desborda… Llorar no significa tristeza…

Pero como nos creemos «adivinos», damos por hecho que esa persona siente lo que nosotros creemos que siente; o piensa lo que nosotros pensamos que piensa.

De la misma manera, cuando a nosotros nos pasa algo, aunque no lo decimos, damos por supuesto que los demás «saben» lo que nos pasa… ¿Por qué?… Y decimos: Es que se me nota lo que siento…

Pero no… No, necesariamente… Se nota que hay algo; se puede suponer que pasa algo… pero no se sabe qué es lo que se siente, o qué es lo que pasa o qué es lo que hay.

Y de ese juego de «adivinanzas» vienen muchos problemas en nuestras relaciones con los demás… Porque si ya empezamos a suponer cosas que no son, con esas suposiciones nos montamos nuestras películas o nuestras teorías; y partiendo de nuestras teorías, pasamos a la práctica… y el lío que se prepara a continuación puede ser importante… Y todo por una «suposición».

Pero es que las cosas se pueden complicar todavía un poco más…  Porque si yo pienso que tú piensas… lo que sea con respecto a algo, a lo mejor no te digo algo sobre ese algo, porque puedes pensar tal cosa… Pero realmente eso sólo lo he pensado yo y no sé lo que hubieras pensado o dicho tú si te lo hubiera dicho… Parece un trabalenguas, pero por desgracia no es para tomárselo de forma lúdica.

Porque, sin darme cuenta, sin darnos cuenta, estamos construyendo nuestra relación sobre una base de supuestos, de adivinanzas y, lo que es mucho peor, de Incomunicación

¿Adónde nos lleva todo esto?

Al distanciamiento, a los enfados, a las discusiones, al sentirse incomprendido… y a que, en el mejor de los casos, un psicólogo como yo os diga… «Aquí estáis. Contadme qué os pasa.»