Siguiendo con lo que empecé en la entrada anterior, os diré que existen algunos padres los cuales, desde que su hijo nace, están haciendo planes para él; le inventan un porvenir muy preciso. Quieren que ese hijo su sucesor o, si es posible, facilitarle los medios para que les supere y tenga más éxito que ellos mismos.
Sin embargo, sin previo aviso, se encuentran con que el niño (o la niña) ha crecido, tiene una voluntad y unas aspiraciones bien definidas y su fortaleza, o su cabezonería, resiste los razonamientos aparentemente más lógicos, las súplicas más encendidas o, incluso, las amenazas.
Esto produce en los padres una sensación de fracaso: «¡es que no hago vida de él! (o de ella)».
Y a los hijos se les brinda en bandeja la oportunidad de protestar, de gritar «¡déjame en paz!»; en una palabra, de REBELARSE.
O sea, si ya es difícil para ese niño convertirse en un adulto, encima tiene que luchar contra los que siempre le protegieron; porque considera que puede que tengan buena voluntad, pero lo cierto es que no le dejan vivir, no le dejan expresarse, no le permiten desarrollar sus propias iniciativas…
¿Se puede hablar, entonces, de rebeldes… sin causa?
La batalla que tiene que librar el adolescente contra sí mismo y contra los otros, simplemente por ser un adolescente, es demasiado dura como para complicarle aún más las cosas.
Él sabe que no puede ser un niño durante toda su vida y es consciente de que, de la misma forma que su cuerpo se desarrolla, simultáneamente la sociedad le va a exigir que sea útil, que aporte su grano de arena, que sepa valerse por sí mismo…
Con este peso sobre su conciencia, necesita prepararse a fondo para lograrlo y esa preparación le supone una presión demasiado fuerte.
Además, para descubrir dónde va y qué va a hacer, tiene que saber Quién es en realidad y ¿cómo estar seguro de quién es, si no le permiten ni conocerse, ni manifestarse, ni buscarse, ni encontrarse?
Se dice que parece que los adolescentes de ahora andan como perdidos, que reniegan de todo, que son unos extremistas, que han recibido mucho y no dan nada.
Tal vez deberíamos plantearnos si no es esta misma sociedad a la que quieren incorporarse, la que les obliga a adoptar esas actitudes.
Habrá todavía quienes digan aquello de «en mis tiempos no éramos unos…, ni éramos tan…» Pero es que puede que aquellos tiempos no eran tan… ni tan…
Cada época tiene unas características diferentes, unas exigencias distintas y unas necesidades únicas. Y considero que es una obligación de cada sociedad, en cada momento, el saber comprender y aceptar a sus adolescentes, para que ellos no se sientan como unos proscritos, para que no se vean obligados a ejercer la intolerancia, en respuesta a la que ellos mismos experimentan y para que se autorreconozcan como Personas… rodeados de Personas… y aceptados por las Personas…
… Como PERSONAS.