Archivo por meses: junio 2014

El «Gallito del Corral»

 

 

Y siguiendo con el mismo tema de las dos Entradas anteriores, fíjate dónde empezamos y hasta dónde hemos llegado…

Porque es cierto que, algunas veces, nos hemos encontrado con una de esas personas que van de gallitos… que hacen lo posible y lo imposible por destacar entre los demás… o que adoptan una actitud «terriblemente adorable», tratando de demostrar que son capaces de «llevarse de calle al personal» con su encantadora presencia.

De entrada, podemos pensar que realmente SON ASÍ, que no fingen nada, que se muestran completamente espontáneos.

Y como, en principio, no sospechamos lo que puede haber en su «fondo», en esos primeros momentos, consiguen su propósito de disimular ese sentimiento de inferioridad que les corroe…

Y podemos llegar, incluso, a tenerles envidia por esa simpatía que derrochan o por esa valentía de la que hacen gala.

Sin embargo, esta actitud de magistral fingimiento, tiene dos matices importantes: por un lado, como hemos visto ya, se trataría de un desafío. Pero por otro lado es, sin lugar a dudas, una súplica.

Están pidiendo ayuda a gritos, sólo que la expresión elegida para hacerlo ni es la más adecuada, ni va a tener las consecuencias que ellos quisieran… Porque, pasado el deslumbramiento inicial ante ese encanto, toda esa pose empieza a generar precisamente aquello que ellos tanto temen: el Rechazo.

Porque uno termina por darse cuenta de que tan gran despliegue de excelencias no puede ser real, de que resulta demasiado exagerado… Y concluye que, sin lugar a dudas, detrás de eso debe haber algo más…

Porque si no fuera así, no se explicaría una conducta tan invariablemente encantadora bajo cualquier circunstancia.

Porque todos sabemos que lo más natural es que uno se muestre alegre o triste, valiente o cobarde según las distintas situaciones que presenta la vida.

Por eso, nos empieza a resultar cuando menos sospechosa tan «maravillosa» uniformidad en la actitud y en la conducta.

¿Qué ocurre entonces?… Lo más lógico…

A nada que se escarbe un poco en las primeras capas de la intimidad de esa persona, es fácil darse cuenta de lo que está tratando de ocultar. Entre otras cosas, porque las posturas fingidas son muy difíciles de mantener y exigen un gran esfuerzo psicológico al individuo…

Y por otra parte, porque esa intimidad es, aunque ni siquiera se den cuenta, aprovechada por ellos mismos para liberar tensiones y para sincerarse con ese otro y con su propio Yo, dejando que salga a flote lo que teme y lo que quisiera superar.

Y es aquí, en este punto, cuando descubren esa otra forma, sin duda más directa y por eso mismo más efectiva, de pedir ayuda.

Porque sólo enfrentándonos a nuestros problemas, sólo exponiendo nuestros miedos y nuestras inseguridades, sólo reconociendo lo que tanto empeño  pusimos en disimular, es más fácil que nos comprendan y que nos ayuden a solucionarlo… si pueden…

…  O que directamente nos den el teléfono de ese psicólogo que tenemos ahí mismo… al otro lado de la calle.

 

 

El Complejo de Inferioridad

 

 

El otro día me quedé en el esbozo de este Complejo que se presenta más veces de las que creemos, o de las que quisiéramos reconocer…

Pues sigo…

El Complejo de Inferioridad puede tener su origen en un determinado momento de la infancia.

Desde muy pequeños, empezamos a tomar conciencia de nuestro cuerpo, de cómo nos desenvolvemos entre las personas que nos rodean… E inevitablemente, vamos estableciendo comparaciones entre ellos y nosotros.

En este momento tan delicado para nuestro desarrollo psicológico, cualquier pequeño problema o cualquier característica que tengamos y que no nos agrade, o que nos impida realizar algo igual o mejor que lo hacen los demás, se convierte, irremediablemente, en un estorbo.

Y cuando descubrimos esto, se produce una especie de convulsión interna que, en algunas ocasiones, nos lleva a renegar de nosotros mismos… «¿por qué yo?… ¿por qué me tiene que pasar esto a mí?».

Simultáneamente, nace en la idea de que eso se tiene que ocultar, para que los demás no se den cuenta de ello y no nos rechacen.

Claro que, como la mejor forma de evitar la crítica de los demás consiste en replegarse sobre uno mismo, parece que nos falta tiempo para hacerlo… Y no nos damos cuenta de que lo que creemos que es la Mejor Solución se convierte en el Más Grande de los Problemas.

Porque este repliegue, este volcarse hacia el interior, supone tener que exponerse de lleno y a bocajarro a la vivencia de la propia personalidad y, por tanto, a lo que más se odia de ella.

¿Qué pasa entonces?

Pues pasa lo peor que puede pasar… Que uno se va metiendo en la Espiral del Conflicto.

Se empieza a experimentar la angustia; la percepción de impotencia ante lo que no se puede cambiar por más que se quisiera; el sentimiento de desolación ante la vivencia de la inutilidad…

Y como en estas condiciones la vida se hace muy difícil… se hace absolutamente necesario protegerse y defenderse.

Para ello, esta persona piensa que lo mejor es poner en marcha una serie de conductas y de actitudes que, al ser totalmente contrarias a lo que le hace sufrir, deberían, en buena lógica, hacer que los otros ya no puedan ver esas características negativas. Pretendiendo, además, que perciban únicamente lo que él quiere que vean; o sea, exactamente lo opuesto a lo que le humilla de sí mismo.

Y cuanto más problemático le resulte lo que se quiere ocultar, mayor será el esfuerzo y más exagerados serán sus gestos para disimular sus «defectos»…

… Y te cuento más dentro de unos días…