Bueno… Empecemos por el principio:
Jubilar viene de Júbilo… Y Júbilo significa alegría. Sin embargo, parece que la vida cotidiana está empeñada en demostrarnos lo contrario.
Podríamos pensar que la Jubilación ciertamente es esa puerta hacia un nuevo período de la vida en el cual, lo más lógico, sería sentirse feliz; entre otras cosas, por la certeza de saber que se dispone de todo el tiempo del mundo para hacer lo que uno quiera.
Pero es precisamente esa conciencia de tener todo el tiempo del mundo, sin saber realmente qué hacer con él; y a la vez, la percepción del poco tiempo que queda de vida, lo que va minando el estado de ánimo de una persona, hasta que se instala la idea de la inutilidad y de que «a estas alturas» ya nada merece la pena.
Es frecuente ver, en nuestras calles, a hombres jubilados que, a falta de otra cosa que hacer, pasan las horas sentados en los bancos o paseando, conversando con otros que están en su misma situación. Y lo que más llama la atención es verlos con la cabeza baja, mirando al suelo, mientras desgranan monólogos compartidos con otros que, a su vez, desgranan sus propios monólogos.
Y digo concretamente «hombres jubilados» porque es en este momento de la vida donde más diferencia encontramos entre los hombres y las mujeres.
Ya que nosotras, llegando a nuestra jubilación, y casi por instinto, tenemos más facilidad para llenar las horas del día, ocupándonos de las tareas de la casa o haciendo pequeñas labores que sirven más para entretener que para otra cosa. Porque, por educación y por cultura, las mujeres parece que estamos más predispuestas para esas ocupaciones domésticas, en las cuales, también es cierto, nunca llega la Jubilación.
Sin embargo, en el caso de los hombres, y también por predisposición socio-cultural, es más inusual ocuparse con estos «rellenos domésticos». Lo que hace que se encuentren con todo un día, y una semana, y un mes, y otro mes…, por delante, sin nada concreto que hacer.
Claro que todo esto no ocurre de la noche a la mañana. El proceso, descrito brevemente, sería el siguiente:
Llega el día de la Jubilación y parece que uno respira profundamente y descansa. Han sido muchos años trabajando, madrugando (o trasnochando, que también) y esforzándose por mantenerse al pie del cañón para hacer frente a las responsabilidades.
Así que, después de todo esto, uno dice que «ya está bien», que «ya va siendo hora de tener tiempo para ocuparse de uno mismo».
Además, en estos primeros momentos de la deseada Jubilación, el tiempo se pasa rápidamente yendo de acá para allá, arreglando papeles para cobrar la pensión, o tratando de organizar un poco las cosas para empezar esa nueva vida.
Pero pasado todo este ajetreo inicial, ese Jubilado se despierta una mañana y se da cuenta de que… ¡vaya faena!… lo ha hecho a la misma hora que cuando tenía que ir a trabajar y ni siquiera había puesto el despertador. Eso, de entrada, sienta mal, porque es como si el propio cuerpo se rebelase ante el nuevo horario y ante las nuevas condiciones, y no quisiera abandonar su rutina laboral.
Una vez despierto, no es lo malo no poder volver a dormirse. Lo malo es empezar a pensar «¿qué hago yo hoy?»
Y si bien puede surgir algo por ahí, como alguna chapucilla casera, o algún «encarguito ocasional»… a continuación surge la gran pregunta «¿Y DESPUÉS QUÉ?»…
Pues aquí lo dejo por hoy…
Seguimos el próximo día…