En la entrada anterior dejamos a medias algo… así que, sigo…
Resulta que encontramos a ese hombre, que ha tenido relaciones sexuales anteriores de forma satisfactoria; sin embargo, con su pareja actual… «con alguien que le importa mucho»… no consigue ni disfrutar, ni hacer disfrutar como le gustaría.
¿Qué está pasando?
Como ya hemos visto, puede haber muchas razones (estrés, agobio, cansancio, decaimiento, alcohol y otras drogas, etc.), pero en la mayoría de las ocasiones, lo que entra en juego e incide sobremanera es la tensión producida por el miedo al fracaso.
Nuestra sociedad educa a sus hombres para que, en todo momento, sean muy hombres; lo que origina unas expectativas (unas autoexpectativas, por puntualizar más) que no pueden verse defraudadas de ninguna manera.
La tensión por «estar a la altura de las circunstancias», por cumplir como un hombre, genera tal miedo a fracasar que, como si unos malos duendes intervinieran en ese momento, cuanto mayor es el afán por conseguirlo, directamente proporcional es el grado de fracaso, o inversamente proporcional es el éxito logrado.
En esta línea, como apuntaba antes, está el hecho de que algunos hombres se han llegado a quejar de que, tras haber tenido ocasionales experiencias con otras personas (mujeres, en el caso de los heterosexuales) por las que no sentían especial afecto, o incluso por las que no sentían ninguno, ya que sólo se trataba de un mero desahogo, su respuesta era físicamente correcta y físicamente, pues, satisfactoria.
Sin embargo, llegado el momento de tener una relación sexual con una persona que les importaba mucho a todos los niveles, su respuesta no sólo no llegaba a ser plenamente satisfactoria, sino que, incluso, había sido más bien decepcionante ¿Cómo se explica esto?…
Veréis: En el primer caso, las personas con las que tenía esas relaciones ocasionales no significaban nada para ese hombre, por tanto, no se preocupaba porque ellas se sintieran satisfechas con él («yo me ocupo de mi placer y tú te ocupas del tuyo»); se trataba prácticamente de una simple masturbación, donde en vez de emplear sus propios recursos, se ayudaba de ese otro cuerpo (mujer u hombre, según el caso).
Pero, de pronto, encuentra a alguien del que se enamora, alguien a quien quiere complacer al máximo, de manera que pueda borrar en esa persona los posibles recuerdos de otros hombres. Quiere ser el único en su vida y pone tanto empeño en lograrlo, teniendo a la vez tanto pánico por la posibilidad de no conseguirlo, que se genera en él un alto nivel de ansiedad, lo que complica o altera sus pautas fisiológicas y llegada la hora crítica, fracasa estrepitosamente.
Y en este punto, no es lo malo el fracaso en sí; es peor aún el hecho de que hace que se infravalore, que baje su autoestima, incluso que se sienta culpable, convirtiéndose esta experiencia en un desgraciado precedente para posteriores contactos sexuales, a los que se presentará con una gran dosis de miedo a repetir el fracaso anterior. Entrando así en un círculo vicioso que le sumirá cada vez más en el fondo del problema.
Pero éste es sólo uno de los factores que pueden degenerar en una Impotencia; aunque, a nivel psicológico, suele ser el más frecuente.
Otros problemas serían los derivados del estrés; el cual llega a fatigar y a angustiar tanto al individuo que le hace ver inexorablemente reducidas muchas de sus capacidades para desarrollar una actividad normal, en todos los aspectos de su vida, y en las relaciones sexuales en particular.
Si, de alguna forma, os estáis viendo reflejados en el contenido de estas líneas, no os dejéis llevar por el consabido «ya se me pasará»… Porque muchas veces, más de las que nos gustaría, «no se pasa».
Sé sincero contigo mismo; pide consejo a tu «sabio interior» y verás que éste te dice que acudas a un profesional para que te ayude a solucionarlo.
Si decides intervenir a tiempo, probablemente sólo necesites unas cuantas pautas o unas cuantas sesiones de Psicoterapia para eliminar el problema. En caso contrario…
… Dejaré que seas tú el que imagines lo que te podría pasar…
Que no digo que pase, claro.
Yo no soy adivina, ni tengo una bolita mágica para verlo, pero… normalmente, dos más dos suman cuatro.