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¿Frigidez… o Hastío? (1ª Parte)

 

 

El otro día empezamos a hablar de Sexo y voy a seguir con ello. Entonces, en las próximas semanas, trataré de mostraros la cruz de la moneda.

Porque, por desgracia, no todo lo que se refiere al Sexo es agradable, positivo o satisfactorio.

Así pues, hoy voy a comenzar esta serie de «capítulos» planteando un problema que se da con relativa frecuencia, más de la que quisiéramos o estaríamos dispuestos a reconocer, en nuestra sociedad.

Frigidez… Inhibición del Deseo Sexual… Podemos llamarlo de varias formas, pero con cualquiera de ellas estamos refiriéndonos a esa… «Indiferencia de la mujer respecto a las sensaciones sexuales o una incapacidad para experimentar el orgasmo (Anorgasmia)».

Si nos centramos en la falta de interés a la hora de iniciar el contacto sexual, es posible que se den dos situaciones diferentes:

En la primera de ellas, tendríamos a esas mujeres que, aunque inicialmente no lo desean, luego sí responden a la estimulación que trata de provocarles su pareja y pueden experimentar cierta excitación que, incluso, tal vez las lleve el orgasmo.

Pero también puede darse el caso más extremo de esas otras mujeres que rechazan por completo cualquier aproximación sexual, haciendo por tanto imposible que se produzca el contacto.

¿Y cuáles podrían ser las causas de este desinterés o de este rechazo?

Pues tendríamos que buscarlas tanto en factores educacionales y/o morales, como en factores psicológicos y fisiológicos, o también, y por desgracia, en factores traumáticos.

Y a partir de ahí nos encontraríamos con lo siguiente:

Aversión o repugnancia, donde el sexo es visto como algo sucio, tanto por el asco que, debido a influencias culturales, produce la menstruación, como por su proximidad física con conductos excretores, los cuales son silenciados por considerarlos vergonzosos.

Negación del interés sexual. En este caso, influye poderosamente la educación religiosa. A través del tiempo se ha inculcado en la mujer la idea de que el sexo es algo pecaminoso y sólo se puede hacer uso del mismo, ya que no hay más remedio, con un motivo exclusivamente procreador.

Esta idea ha generado a lo largo de los años una conciencia de temor y pecado que tan sólo se podía calmar con la expresa negación del deseo o del impulso sexual («muerto el perro, se acabó la rabia»).

Esto quizá os parezca trasnochado o puede que penséis que estas comeduras de tarro ya no tienen cabida en nuestra sociedad actual. Sin embargo podéis creerme si os digo que todavía hoy, en mi consulta, me estoy encontrando con mujeres que viven su sexualidad de esta forma. Bueno, me corrijo: no viven, sino que sufren su sexualidad de esta manera.

Pero estoy llegando al límite del espacio que «me tengo permitido» en este blog, para no resultar espesa, ni haceros perder demasiado tiempo con su lectura. Así que, por hoy, lo voy a dejar aquí…

Son muchas las causas… El abanico es muy amplio y merece ser desplegado en su totalidad.

Así que… os seguiré contando…

 

El Sexo Sentido

 

Uno de estos días cayó en mis manos, por estas casualidades de la vida, la entrevista que le hicieron a Fernando G. Delgado, con motivo de la concesión del Premio Planeta y del Premio Ondas, en 1995…

Sí; ha llovido un poco desde entonces ¿verdad?… pero la climatología es lo que tiene.

En aquel momento, al preguntarle por «Un Sentido», respondió: «El Sexo Sentido». Y yo me he quedado con el toque… y lo menciono aquí, ahora, porque hoy quiero hablar de sexo.

La frase en cuestión se trata de un juego semántico muy bien conseguido, en el que se sustituye sexto por sexo y, aparte de coquetear con el hecho de si nuestros llamados sentidos corporales son cinco o seis… (ya sabéis: vista, oído, olfato, gusto, tacto… y el sentido común, que, como dicen, es el menos común de los sentidos)… también nos acerca a la idea de que el Sexo tiene que ser algo Sentido y, por lo tanto, Vivido en toda su magnitud (tanto física como psicológica).

Los hombres y las mujeres, como miembros de la especie animal, hacemos uso del sexo para reproducirnos y para satisfacer unas necesidades físicas. Pero como personas, como individuos autodenominados superiores, dentro de dicha especie, lo necesitamos también para satisfacernos de otra manera.

Y es aquí donde entra en juego ese matiz que diferencia el puro sexo del Sexo Sentido; porque ya estamos hablando de sentimientos, de emociones, de sensaciones; en una palabra, de vivencias.

Si nos quedáramos sólo en el sexo sentido a nivel de estructuras físicas, encontraríamos algo que, aunque intenso, no obstante y como se suele decir, «sólo dura lo que dura dura»… Y nada más. Aparte, claro está, de una cierta relajación posterior o una sensación de desahogo.

Lo que ocurre es que cuando una persona busca una relación sexual con su pareja, sale a la caza, además, de otras satisfacciones…

Así pues, voy a hacer un poco de espeleología emocional… (creo que esta es una buena frase)… para tratar de explicar cómo se desarrollan las cosas a estos «otros niveles».

En la fase de acercamiento, una persona manifiesta, independientemente de la conducta que lleve a cabo, su necesidad de establecer una mayor intimidad; se trata del afán por compartir algo muy especial y privado; hay una voluntad tanto de entrega como de captura; de que el otro lo acepte y de que, a su vez, se entregue por igual.

Luego, durante la estimulación física, se da rienda suelta tanto a la pasión como a la necesidad de afectividad y de ternura, y a la capacidad para hacer que el otro reciba esa misma afectividad; que, al mismo tiempo, emana de quien la necesita y, por tanto, la busca. O sea, todo un laberinto de emociones…

… Que da paso a un laberinto mayor… Porque se llega después a un punto en que esa necesidad se hace demasiado profunda y se confunde y entremezcla con todo un complejo juego de sentidos corporales, en un frenético intento por ver, oír, oler, saborear y palpar, en una palabra, por Sentir todo lo que se da y lo que se espera recibir.

Y con esto, se llega a la parte más delicada de la relación sexual… que es el final de la misma.

Si ha habido un equilibrio entre lo que se daba y lo que se recibía, salimos verdaderamente reforzados de esa experiencia.

Pero si tal equilibrio no se produce y uno tiene la sensación de que ha dado más que ha recibido, o de que ha buscado desesperadamente y no sólo no ha encontrado sino que, en el peor de los casos, se lo han negado, entonces se produce una gran frustración, la cual hace que esa persona se repliegue sobre sí misma, sufra por el desengaño y se culpabilice incesantemente por la percepción de fracaso.

Y no hace falta que os diga las consecuencias que esto puede tener si empezamos a llevarlo al extremo… Caída del nivel de autoestima, inseguridad, inhibición, trastornos psicosexuales (frigidez, impotencia, etc.), miedos, etc.

Entonces, si tenemos que sacar conclusiones… estoy segura de que sabréis sacarlas.

Hasta otra…