Archivo por meses: octubre 2013

Me llaman Estrés (1ª Parte)

 

 Aquí estoy yo… Sabías que no te ibas a librar ¿verdad?…

Ya te han hablado de mí antes… De hecho, en estas mismas páginas. Pero hoy quiero ser yo quien lo haga, de forma más detallada, y aunque me repita en algunas cosas. Porque, sobre mí, ya está todo dicho… O eso creo.

Te sientes fatigado. Eres presa de un estado de agotamiento general que te imposibilita para continuar adecuadamente con tu trabajo, para tomar decisiones o, simplemente, para enfrentarte a los problemas cotidianos.

No duermes bien. Estás irritable. Saltas a la mínima. Te enfadas contigo mismo, con el otro, con el lunes… y hasta con el domingo, simplemente por ser domingo.

¿Pero quién soy yo en realidad?… ¿Por qué te he invadido como un virus voraz?

Si me hubieras tenido en cuenta antes, no habría sido tan malo; porque en mis primeros momentos, digamos que soy un «mensajero»… Te vengo avisando; y, como dice el refrán: «El que avisa, no es traidor». Pero tú, nada, a tu bola. Ni caso…

Pero ahora, claro… ya tienes encima a mi «segunda parte»… Y ésta ya es más peliaguda.

Te voy a decir quién soy realmente; cómo llego y por qué te sientes ahora tan mal.

Me definen como una respuesta que da tu organismo para prepararte ante un estímulo agresivo o excitante. Y como reacción de alarma, como «mensajero», soy útil, ya que te doy la oportunidad de prepararte para el enfrentamiento con ese algo, conocido o desconocido, que puede resultarte aversivo.

Sin embargo, me temes. Mi nombre por sí solo te asusta, ¿Por qué? ¿Por qué me identificas exclusivamente con algo negativo que te resulta dañino?

Pues porque, en la mayoría de las ocasiones, la primera batalla te deja demasiado fatigado como para encarar otra escaramuza de forma inmediata. Y este agotamiento, que constituye la segunda fase del proceso, es el que, al tener unos efectos más llamativos y ciertamente desagradables, acapara el significado de mi nombre. De esta manera, se olvidan las distintas fases del estrés, y se habla de Estrés en relación sólo a la parte final del proceso. O, como suele decirse, nos quedamos con una parte del Todo, y la vemos como el TODO.

No obstante, como lo que realmente te preocupa es esta parte de mí, porque es la que te altera y la que te provoca malestar, el próximo día te hablaré de ello y de cómo superarla ¿de acuerdo?

Pues seguiremos en contacto…

Simplemente…

 

… GRACIAS.

Sí; eso… Muchas gracias.

Es hora de hacer un alto en el camino y comer algo… Porque nuestro ánimo necesita de vez en cuando un refrigerio, ya sea dulce o salado, ácido o amargo. Da igual. La comida siempre es comida y supone un reconstituyente tanto necesario, como deseado.

Quiero agradeceros, por tanto, los mensajes de apoyo que he recibido durante este corto espacio de tiempo y que significan un alimento imprescindible para mi parte bloguera y profesional… pero también para mi autoestima.

Si ya me gustaba dirigirme a vosotros y contaros mi visión sobre este complejo mundo que está formado por nuestras sensaciones, percepciones, sentimientos, actitudes, etc., debo confesar que ahora estoy experimentando un auténtico festival de emociones, con su castillo de fuegos artificiales incluido… Porque sé que me leéis; porque sé que lo que escribo, de una u otra forma, os está siendo útil… y también porque me consta que algunos disfrutáis criticando, comentando o puntualizando… Y me gusta que lo paséis bien con lo que escribo, sea de la forma que sea… Creedme.

Son muchos los mensajes que me habéis enviado, tanto a través de mi correo electrónico, como directamente en este blog (algunos de los cuales se han publicado, debo confesar que de forma un poco aleatoria); y como me temo que no puedo contestaros personalmente a todos, he decidido escribir estas líneas.

Me ha gustado recibir y leer todos ellos; tanto los que me felicitaban por lo escrito, como los que hacían críticas o puntualizaban algunas cosas.

Los primeros, es evidente, porque me animan a seguir adelante; porque es muy agradable recibir de vez en cuando una palmadita en la espalda y escuchar (o leer) un «tú vales mucho». Creo que me entendéis… Por muy seguros que nos sintamos, por muy convencidos que estemos de que algo que hacemos puede gustar o ser útil, siempre necesitamos ese empujoncito emocional. Es esa guinda que hace, de un simple pastel, el bocado más exquisito… Y a nadie le amarga un dulce… ¡je!…

Y en cuanto a los segundos, ésos que ponían su particular «guinda», aunque reconozco que a veces me han dado un pellizco en el «amor propio», sin embargo estoy sacando mucho partido de ellos, ya que me ayudan a mejorar tanto lo que escribo como la forma de hacerlo; y los tendré muy en cuenta para conseguir hacer de esta página un Punto de Encuentro, donde cada uno de vosotros podáis obtener alguna respuesta o encontrar alguna explicación a por qué sentimos lo que sentimos o por qué percibimos como percibimos.

También quiero agradeceros las sugerencias que me hacéis sobre posibles temas a tratar. Es estupendo contar con lectores que aportan ideas y se implican, de alguna forma, en esta andadura que comencé hace relativamente poco, pero que ya me está dando tantas satisfacciones.

Muchas gracias a todos… sin excepción.

Y… por favor, seguid haciéndolo.

 

 

Explicar lo Inexplicable…

 

 

La maldad, el deseo de hacer daño, las ganas de fastidiar a alguien, la envidia, el rencor… y los actos que puede cometer una persona como consecuencia de ello, a veces se intentan explicar o «justificar», desde el ámbito psicológico o psiquiátrico, como síntomas de una psicopatía o manifestaciones de un trastorno psicótico; quedando así, estos actos, «minimizados» en su barbarie y convertidos en «causas eximentes» de un crimen.

Sin embargo, muchas veces, más de las que estamos dispuestos a reconocer, todo esto no es más que un intento de explicar lo inexplicable.

Porque no tiene cabida en nuestra mente la idea de que unos padres puedan asesinar fría y despiadadamente a sus hijos, por el simple hecho de hacer daño a otra persona… o por otras cuestiones tan pueriles como el dinero.

Estoy pensando ahora en el caso de José Bretón, asesinando (no sé si cabe ya aquí el presuntamente) a sus hijos, Ruth y José; con el fin, supuestamente, de vengarse de su exmujer, por haberle abandonado.

O como el reciente caso de Charo y Alfonso, al asesinar (aquí todavía sí entra el presuntamente) a su hija Asunta… ¿por qué?… ¿por dinero?… ¿por la herencia del abuelo?… ¿porque la niña sospechaba que la muerte de ese abuelo no era «natural»?…

Si lo pensamos un poco, el motivo es lo de menos.

Lo de más es que estos niños, como tantos otros, por desgracia, han muerto a manos de quienes tenían que protegerles, amarles y cuidarles…

Ni las alimañas, ni las bestias salvajes hacen eso con sus crías.

Entonces, quizá sea hora de preguntarnos lo siguiente:

Si los seres humanos podemos llegar a actuar peor que lo harían las bestias salvajes ¿en qué nos convertimos?

Definitivamente… no se puede explicar lo inexplicable.