Archivo por meses: septiembre 2013

Ansiedad Buena y Ansiedad Mala

 

Hoy quiero hacerme eco de lo que en su día vimos con relación al Estrés.

Estamos volviendo de vacaciones y creo que esto puede ser de utilidad.

El ser humano posee unos mecanismos de defensa que le ayudan a prevenir o a combatir situaciones tensas, difíciles, situaciones conflictivas o desconocidas que, de no estar preparados para enfrentarnos a ellas, llegado el momento no sabríamos cómo reaccionar o cómo protegernos.

La Ansiedad, en principio, es una respuesta natural en el hombre que, en cierta medida es, incluso, deseable, ya que se trataría, por decirlo de alguna manera, de una señal de alerta que nos predispone y nos obliga a poner en marcha todos esos mecanismos de defensa para hacer frente a la situación o, al menos, minimizar sus posibles consecuencias desagradables.

En condiciones normales, pues, el haber alcanzado un cierto nivel de ansiedad, supone que el individuo puede lograr un grado óptimo de rendimiento. Sin embargo, y aquí está el quid de la cuestión, si por cualquier circunstancia ese nivel deseable de ansiedad se rebasa, nos encontramos inevitablemente que la persona entra en un estado de nerviosismo, aparece la sintomatología psicosomática, se tiene una sensación de desorganización y, lógicamente, se pierde el control sobre la situación, lo que nos imposibilita, además, para pensar con claridad.

Pero no todo resulta tan evidente y ocurre, a veces, que se puede dar el caso de ese individuo que muestra rasgos inequívocos de un estado ansioso generalizado ante todo y ante todos. Así, es posible observar que estas personas están permanentemente nerviosas, que se preocupan excesivamente por cualquier cosa, por nimia que sea, que están en un continuo estado de alerta el cual les impide desarrollar normalmente las tareas cotidianas y viven, en resumen, con una sensación constante de inseguridad y de miedo, esperando que, en cualquier momento, ocurra algo irremediable a la par que terrible.

Y aunque esta sensación de ansiedad no es tan intensa como la que se produce cuando estalla una crisis de angustia, no es menos cierto que provoca un modo de vida condicionado por la tensión y la inquietud.

Como decía al principio, estamos volviendo de vacaciones y éste es un momento en el que somos especialmente vulnerables. La evidencia de que se acabó lo bueno y a partir de ahora sólo nos esperan madrugones, prisas, atascos, jefes, y todo un año por delante de cansancio, es el caldo de cultivo perfecto para que nuestra Ansiedad Buena degenere, se nos vaya de las manos y se convierta en Mala, malvada, diabólica y peligrosa.

Tomemos medidas.

Ese Llamado Síndrome Post…

 

¡¡¡ VACACIONES !!!

¡¡¡ Bieeeeen !!!… ¡¡¡ Qué ricas !!! ¿Verdad?

Sol, agua, playa, chiringuitos, lectura, tumbona, vaguear, siestas entre pinos, regar los tomates del huerto del abuelo, tirarse a la Bartola (es un decir; que no se malinterprete)…

Se acabó… ¡snif!….

Ya has vuelto ¿no?… ¿Qué sientes?

Y tú me dirás… ¿Qué voy a sentir, si este pe-punto reloj suena a una hora que no existe y me levanto cuando aún no han puesto las calles?… ¿Pues qué voy a sentir?… ¡Uff!…

Desgana, cansancio, desmotivación, mareos, escalofríos, malestar general, irritabilidad, somnolencia… durante el día… ¡porque por la noche no pego ojo!… ¡Y, al día siguiente, otra vez!

O sea… el tan traído y llevado Síndrome Postvacacional. Pero no te preocupes. Esto dura unos cuantos días; un par de semanas, como mucho. Y aunque todavía queden ¡Once Meses! (con todos sus días, con todas sus horas y con todas sus letras) para reencontrarnos otra vez con nuestras amadas vacaciones, lo cierto es que, poco a poco, volvemos a coger el ritmo y nos recuperamos, empezando a rendir como si tuviéramos superpoderes… (¡Qué más quisiéramos!)… ¡je!….

Aunque, dicho sea de paso, tal como están las cosas, parece que en estos tiempos, una gran mayoría de nosotros, estamos bastante «conformes» con terminar las vacaciones y volver al trabajo. Porque nos consideramos afortunados por tener un trabajo.

A pesar de que nos cueste madrugar… o trasnochar (que también ocurre); a pesar de que se nos hagan pesadísimos los atascos mañaneros; a pesar de todos los pesares, parece que últimamente no acusamos tanto el Síndrome Postvacacional. Y aunque experimentemos algunos de sus síntomas, nuestra mente los justifica de tal forma que quedan minimizados.

Porque tenerlos, los tenemos. Es una simple cuestión fisiológica. Cuando nos vemos sometidos a un cambio, nuestro cuerpo tiene que adaptarse a lo nuevo y en este proceso, reacciona de mil maneras. La cuestión es que «se queja» y, de eso, nos enteramos. Pero como, por otro lado, estamos satisfechos de seguir teniendo trabajo, o de haber encontrado uno ¡por fin!, no nos importa sentir esas pequeñas incomodidades e, incluso, las damos por buenas.

Lo que nos llevaría a concluir que, en determinadas ocasiones, el dolernos de algo depende más de que queramos ser dolientes, que de ese algo en sí… Pero creo que esto nos lleva a otras cuestiones de las que ya hablaremos.

Por ahora… a disfrutar de nuestro Síndrome…

Aunque echemos de menos las vacaciones…