¿Has tenido alguna vez una pareja celosa?
¿O eres tú precisamente la otra parte de la ecuación, la que se cela por su pareja?
Todos sabemos que el problema de los celos hace sufrir enormemente a las dos partes implicadas, lo que le convierte en algo doblemente grave.
A veces, oímos quejarse a algunas personas, o lo hemos llegado a decir nosotros mismos que nuestra pareja nos lleva por «la calle de la amargura», que es muy celoso o celosa, que nos reprocha nuestra actitud hacia los demás. Y quizá también hayamos comentado: «no puedo mirar a otra persona porque se mosquea».
Y cuando esto sucede es porque la situación ha llegado a tal punto que se vuelve preocupante algo que, en un primer momento, no sólo se aceptaba, sino que incluso se provocaba.
En los comienzos de una relación de pareja, el que el otro se muestre un poco celoso incluso parece que nos gusta: «Es que mi Pepe (o mi Mari) me quiere tanto que no puede vivir sin mí… Tiene celos de todo y de todos, porque me quiere con locura«. Este reconocimiento, además, hace subir los niveles de autoestima; suscita ese agradable sentimiento de creerse amado y deseado hasta límites insospechados; y consigue, por supuesto, que uno pueda regodearse en la maravillosa idea de ser imprescindible.
Pero…
Pero… Siempre tiene que haber un pero…
… El problema se nos viene encima cuando, pasado ese gustillo inicial, los celos persisten y nos damos cuenta de que no se trata de que seamos los mejores o de que seamos imprescindibles, sino que nuestra pareja tiene una conducta anormalmente posesiva. Que lo que inicialmente satisfacía el propio ego, ahora es molesto, dañino o, en casos extremos, peligroso.
El comportamiento celoso tiene su origen en una personalidad marcada por un grave complejo de inferioridad. La persona celosa es, por regla general, un individuo inseguro, con una autoestima baja.
Y ese sentimiento de inferioridad pone en marcha todo un protocolo de mecanismos de defensa, según los cuales y para ocultar su autorreconocida minusvalía, empezará a mostrar una actitud de gallo de corral, y comenzará a envalentonarse en exceso para demostrar a su pareja, a los demás y a sí mismo que no es ningún mediocre y que se va a comer el mundo.
A renglón seguido, desarrolla un repertorio de conductas dominantes, celosas y posesivas con el único objetivo de que a él (o a ella) nadie le quita lo que es suyo y, por supuesto ¡faltaría más! nadie le va a dejar plantado.
En un momento como éste, enfrentarse al celoso para hacerle ver su error sería echar más leña al fuego. Porque no sólo NO se le va a convencer de que no tiene razón, sino que, por el contrario, ese empeño será irremediablemente interpretado como un intento de ocultar algo…
Y ya se preparó el lío…
Y este lío es, realmente, un problema muy serio…
Tan serio que, desgraciadamente, rara es la semana que no aparece en los medios de comunicación alguna trágica noticia sobre el final de una historia que había empezado con un halagador… «Es que me quiere tanto que si no está conmigo se vuelve loco».