Archivo por meses: junio 2013

Ese Fantasma llamado Celos

 

¿Has tenido alguna vez una pareja celosa?

¿O eres tú precisamente la otra parte de la ecuación, la que se cela por su pareja?

Todos sabemos que el problema de los celos hace sufrir enormemente a las dos partes implicadas, lo que le convierte en algo doblemente grave.

A veces, oímos quejarse a algunas personas, o lo hemos llegado a decir nosotros mismos que nuestra pareja nos lleva por «la calle de la amargura», que es muy celoso o celosa, que nos reprocha nuestra actitud hacia los demás. Y quizá también hayamos comentado: «no puedo mirar a otra persona porque se mosquea».

Y cuando esto sucede es porque la situación ha llegado a tal punto que se vuelve preocupante algo que, en un primer momento, no sólo se aceptaba, sino que incluso se provocaba.

En los comienzos de una relación de pareja, el que el otro se muestre un poco celoso incluso parece que nos gusta: «Es que mi Pepe (o mi Mari) me quiere tanto que no puede vivir sin mí… Tiene celos de todo y de todos, porque me quiere con locura«. Este reconocimiento, además, hace subir los niveles de autoestima; suscita ese agradable sentimiento de creerse amado y deseado hasta límites insospechados; y consigue, por supuesto, que uno pueda regodearse en la maravillosa idea de ser imprescindible.

Pero…

Pero… Siempre tiene que haber un pero…

… El problema se nos viene encima cuando, pasado ese gustillo inicial, los celos persisten y nos damos cuenta de que no se trata de que seamos los mejores o de que seamos imprescindibles, sino que nuestra pareja tiene una conducta anormalmente posesiva. Que lo que inicialmente satisfacía el propio ego, ahora es molesto, dañino o, en casos extremos, peligroso.

El comportamiento celoso tiene su origen en una personalidad marcada por un grave complejo de inferioridad. La persona celosa es, por regla general, un individuo inseguro, con una autoestima baja.

Y ese sentimiento de inferioridad pone en marcha todo un protocolo de mecanismos de defensa, según los cuales y para ocultar su autorreconocida minusvalía, empezará a mostrar una actitud de gallo de corral, y comenzará a envalentonarse en exceso para demostrar a su pareja, a los demás y a sí mismo que no es ningún mediocre y que se va a comer el mundo.

A renglón seguido, desarrolla un repertorio de conductas dominantes, celosas y posesivas con el único objetivo de que a él (o a ella) nadie le quita lo que es suyo y, por supuesto ¡faltaría más! nadie le va a dejar plantado.

En un momento como éste, enfrentarse al celoso para hacerle ver su error sería echar más leña al fuego. Porque no sólo NO se le va a convencer de que no tiene razón, sino que, por el contrario, ese empeño será irremediablemente interpretado como un intento de ocultar algo

Y ya se preparó el lío…

Y este lío es, realmente, un problema muy serio…

Tan serio que, desgraciadamente, rara es la semana que no aparece en los medios de comunicación alguna trágica noticia sobre el final de una historia que había empezado con un halagador… «Es que me quiere tanto que si no está conmigo se vuelve loco».

 

Silencios Llenos y Silencios Vacíos

 

La semana anterior nos quedamos «en el aire»; así que vamos a aterrizar.

¿Cuándo y por qué pasamos de un Silencio Positivo a un Silencio Negativo? ¿Cuándo y por qué ese Silencio que estaba lleno de tantas promesas, se convierte en un Silencio absolutamente vacío o, peor aún, cargado de malestar?

El Cuándo podemos encontrarlo en ese momento a partir del cual a un miembro de la pareja, o a los dos, le empiezan a molestar algunas cosas del otro que antes no importaban o incluso hacían gracia.

O cuando se tiene la impresión, aunque no pueda demostrarse, de que ese otro ha comenzado una etapa de su vida en la que, al menos en algunos ratos, no se nos tiene en cuenta como pareja o incluso le incordiamos.

O cuando uno mismo tiene la necesidad de un espacio vital particular, donde no quepa nadie más y donde la pareja, efectivamente, puede llegar a convertirse en un estorbo.

Cuando se siente el deseo o el apremio de una intimidad tan introvertida, si se me permite la expresión, para retomar nuestra vida por unos cauces que, desde la propia óptica, puedan llevar a una cierta «realización personal», en los cuales el otro no haría más que interferir negativamente.

El Porqué podría venir dado por la rutina de la convivencia, o por el despertar de nuevas ambiciones personales. Mientras que, en un principio, todo es nuevo, todo está por descubrir, con el tiempo parece que ya está todo sabido, que ya no hay sorpresas y, entonces, ese Todo comienza a discurrir por unos derroteros excesivamente usados; no es más que otra vuelta de la misma rueda lo cual no presenta ningún aliciente y se convierte en hostil.

Entonces, con ese Cuándo y con este Porqué, el silencio en el que uno se sumerge para «hablar» consigo mismo, tratando de reencontrarse con ese otro yo que considera, cuando menos, desplazado (¡cuánto echaba de menos este silencio!), el otro lo interpreta, quizá con cierta razón, como un sospechoso desinterés por lo que comparten (¿qué te pasa? ¿por qué no dices nada?).

El primero, lógicamente, reclamará su derecho a no hablar (¿es que me tiene que pasar algo?).

Y de ahí al enfado, al «es que ya no te importo», a la duda y, en fin, al desemparejamiento, no hay más que un paso.

Y ese desemparejamiento puede ser de dos formas: hostil, con la separación, el divorcio, etc.; o condescendiente: «tú haz tu vida que yo haré la mía»; seguir juntos como dos extraños, que ni se recuerdan, ni se importan. Sólo, y por toda una larga lista de razones, se aguantan.

Así pues, si el silencio es tan decisivo, ¿por qué no se le reconoce su valía? Haciendo mención al título de aquella vieja canción, «Los sonidos del silencio», no estaría de más esforzarse en oír ese silencio; en estar atentos a sus cambios de significado o en procurar, al menos, una interpretación lo más acertada posible del mismo; para que, lo que sea que signifique en cada momento, pueda ser tenido en cuenta y agradecido y compartido, o  «hablado» y reparado a tiempo.

Os deseo una silenciosa o parlanchina, pero siempre buena, semana.

 

El Silencio: Otra Forma de Comunicarse

 

Parece una contradicción y, sin embargo, no lo es. Y no sólo no es una contradicción, sino que, incluso, puede llegar a ser uno de los aspectos más importantes de la comunicación entre dos personas que comparten sus vidas.

Pero empecemos por el principio: El otro día, habíamos quedado en que tenemos a dos individuos con unas particularidades muy específicas y que, por mutuo acuerdo, comparten un espacio, un tiempo y una situación. Lógicamente, y para que esto sea posible, comparten también unos canales de comunicación que permiten el entendimiento entre ellos.

Pero también descubrimos que comparten, además, el Silencio; entendiendo por ello, como nos dice el diccionario, la «Abstención de hablar». Es decir, situación en la cual ninguno de los dos hace uso de las palabras ni, por tanto, de los significados que éstas tienen.

Así pues, deberíamos plantearnos a continuación las interpretaciones del silencio, y fijaos bien que he dicho interpretaciones, como forma en que, tal como ya hemos visto en otra ocasión, adaptamos un mensaje emitido por alguien a nuestra particular manera de percibir, a nuestro particular estado de ánimo y a nuestras circunstancias. Aunque eso no quiere decir, de ningún modo, que dicha interpretación se ajuste a la intención o el sentido que el emisor da a su mensaje.

Cuando la relación en la pareja es armoniosa, el sucumbir al silencio parece que tiene un significado de calma; no es necesario decir nada porque los dos están de acuerdo; no es necesario hablar para llenar huecos porque esos huecos ya están felizmente llenos de Presencia.

Y ya sé que alguien me dirá que a veces sí se necesita oír al otro decir que nos quiere.

Sin embargo, el deseo de escuchar esas dos palabras se produce realmente cuando no parece haber nada que lo indique, ni gestos, ni ademanes, ni nada. Cuando, y a pesar de no percibirlo, aún se mantiene la esperanza de que sigue existiendo ese amor y sólo es cuestión de recordarle al otro que ciertamente lo siente y por tanto debería manifestarlo.

Pero si hemos llegado a esto, es que algo falla. Si uno se ve en la necesidad de recordarle al otro que aún se quieren, tal vez deberíamos preguntarnos qué ha pasado entre nosotros. Aunque, a esas alturas, ya se conocería la respuesta: la relación se ha deteriorado; la relación ya no es una relación, sino que más bien es un desencuentro.

Cuando el silencio deja de significar, inequívocamente, complicidad, serenidad, compañía e intimidad y empieza a ser la manifestación del desinterés, de la distancia o, a veces incluso sin darnos cuenta, de la hostilidad, es porque ha llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa. Entonces sí que, ineludiblemente, ha llegado el momento de Hablar.

La pregunta es ¿Cuándo y por qué se produce ese cambio?

Os lo cuento el próximo día…

La Comunicación en la Pareja

 

Voy a seguir hablando de la pareja porque sois muchos los que me habéis pedido que profundice un poco más en este tema. Así que, allá vamos…

Cuando dos personas se encuentran por primera vez y se produce esa sensación tan maravillosa como irrazonable que corrientemente llamamos flechazo, resulta casi sorprendente descubrir lo patosos que podemos llegar a sentirnos a la hora de establecer la comunicación, y más increíble aún es el hecho de descubrir que existe una amplísima gama de canales para expresarnos y no sabemos bien cómo usarlos.

Miradas, palabras, gestos, ademanes, movimientos, etc., se podría hacer uso de cualquiera y con cualquiera, probablemente, se conseguiría decir lo mismo:  «me gustaría conocerte mejor».

La teoría de la comunicación parte de una premisa básica: «Es imposible no comunicarse». Si dos o más personas están juntas, cualquier cosa que hagan o digan está expresando algo a los demás.

De nada sirve estar callado, porque el silencio será interpretado de diferentes maneras según quien lo reciba y la situación en la que se encuentren; de nada sirve estarse quieto, porque la falta de movimiento indicará algo a los que están alrededor.

Una vez que esas dos personas que se acaban de conocer han conseguido dar el siguiente paso, estableciendo una particular forma de comunicarse, poco a poco van desarrollando lo que será su relación de pareja. Y en este punto, es necesario tener en cuenta que ningún canal de comunicación es independiente de los demás; es decir, si uno le dice el otro que le quiere, utilizando para ello la palabra, además se lo estará diciendo, inconscientemente, con sus movimientos (acercamiento), con sus gestos o miradas, etc.

De hecho, cuando no se produce esa similitud en los mensajes emitidos por las diferentes vías, porque los mismos se presentan como contradictorios, el miembro receptor sabe instantáneamente que algo falla, que el otro está mintiendo, aunque luego será necesario analizar en cuál de los mensajes está el engaño y en cuál la verdad.

No obstante, y en este sentido, sería lógico pensar que, si hay una incongruencia entre el mensaje oral y el gestual, lo más probable es que el «engaño» esté en el mensaje oral, ya que a las palabras se les puede dar una intencionalidad o una entonación voluntarias, mientras que, en la inmensa mayoría de las ocasiones, los gestos suelen ser inconscientes, suelen escapar a nuestro control; por lo tanto, son éstos los que realmente pueden expresar sentimientos que, de otro modo, cabría la posibilidad de ocultarlos o disfrazarlos con cierta facilidad.

Por otra parte, de la misma forma que no se puede dejar de emitir mensajes, tampoco es posible no interpretar dichos mensajes. Y esa interpretación dependerá directamente de lo siguiente: contexto o circunstancias que nos rodean, actitud del receptor frente al emisor, conocimiento que tiene el receptor del emisor, estado anímico del receptor y capacidad de percepción del mismo.

Un mensaje emitido con una determinada intención puede llegar a su destino y encontrarse allí con una interpretación que contrasta o incluso es opuesta a la que el emisor hubiera querido que se le diera.

Y aquí es donde pueden empezar los problemas para una pareja…