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A Vueltas con la Incompatibilidad

 

Voy a seguir con lo que hablaba la semana pasada, porque se me quedaron unas cuantas cosas en este tintero virtual.

Cuando los miembros de una pareja llegan a la conclusión de que son incompatibles, en muchas ocasiones la opción es separarse, con la ilusión, a veces no confesada, de rehacer la vida al lado de otra persona, con la que se espera ser compatible.

Pero también existen otras parejas que consideran que, a pesar de ese mogollón de cosas del otro que les resultan odiosas o agobiantes, todavía existe algo que les hace sentirse bien, y creen que aún se puede hacer algo; o cuando menos, se sienten en la obligación de intentarlo y de darse otra oportunidad.

Dejadme que os diga algo: El hombre y la mujer, tan diferentes entre sí y tan diferentes entre los de nuestro mismo sexo, podemos llegar a parecer tan incompatibles que es precisamente eso lo que nos hace ser compatibles.

Me explico… El deseo de todo ser humano es el de ser Total y como eso resulta imposible, buscamos en el otro aquello que nos falta para conseguirlo; de forma que al pasar el otro a ser parte de nuestra vida, tenemos la sensación de adquirir con ello eso que tanto anhelamos. Y como una persona es, básicamente, un cúmulo de impresiones y sensaciones, al tener la sensación de poseerlo todo, se tiene la impresión de ser Total.

Cuando una pareja empieza a desmoronarse porque se siente incompatible, tal vez sería útil dar unos pasos atrás y analizar pausadamente qué fue aquello que tenía el otro y que tanto nos llamó la atención en los primeros momentos de la relación.

A continuación, posiblemente, nos daremos cuenta de que si nos llamó tanto la atención era porque no figuraba entre nuestras propias cualidades o características y, sin embargo, anhelábamos encontrarlo, poseerlo y sentirlo. Descubriendo así que eso era lo que nos faltaba para sentirnos Total.

Sin embargo, a partir de ahí, todo lo que después fue ocurriendo ya no tenía nada que ver; ya no era más que un contoneo innecesario, un querer impresionar y llamar la atención, o un miedo a perder lo que se acababa de conseguir, fingiendo no necesitarlo y sin caer en la cuenta de que si el otro estaba a nuestro lado era porque también descubrió en nosotros algo que él no tenía y necesitaba tener, ya que él también necesitaba sentirse Total.

Entonces, y desde esta perspectiva, podríamos llegar a la siguiente conclusión: Cuando nuestra pareja está a punto de irse a pique, pero queremos mantenerla a flote, quizá no es cuestión de tratar de volver a ser compatibles; sino que es cuestión, pura y simplemente, de volver a Sentir.

El Principio de la Incompatibilidad en la Pareja

Hoy quiero hablaros de algo que se suele plantear con bastante frecuencia en nuestros Gabinetes de Psicoterapia: La Incompatibilidad en la Pareja.

Porque, entre todas las relaciones humanas posibles, quizá la que más conflictos presenta es la que se desarrolla cuando dos personas deciden emparejarse.

En este primer momento, ambas creen que son compatibles; es decir, piensan que sus ideas, sus gustos, sus costumbres, van en la misma dirección. Vale, hasta aquí, vamos bien.

La cosa se complica cuando un miembro de la pareja (o los dos) se siente tan fascinado por el otro, o tan enamorado que, con tal de no perderle, se adapta a la manera de ser del otro. Cree pensar de la misma manera, cree tener los mismos gustos, cree que le apetecen las mismas cosas, etc. Y esto ocurre porque realmente deseamos que la relación vaya bien. Aunque también puede ocurrir, claro, por un agobiante temor a perder a ese otro si uno se muestra tal cual es. Es decir, que nos dé miedo descubrir nuestra verdadera personalidad por el riesgo de quedarnos solos, por el pánico a fracasar una vez más o, peor aún, por el fatídico qué dirán los demás si soy el único en el grupo, en la familia, etc., que no tiene pareja (pero esto es otra historia).

Sin embargo, si ya resulta un tanto complicado interpretar un papel en esta vida, me atrevería a afirmar que puede suponer un esfuerzo titánico tener que representar dos o más, especialmente si tenemos en cuenta que nos vemos obligados a actuar justo en ese lugar donde lo normal y lo sano es evadirse de todas las tensiones, estar tranquilo y relajado y ser uno mismo; es decir, en ese reducto personal tan vital llamado Intimidad.

Y a partir de ahí, la situación empieza a degenerar. Se dejan de percibir esas luminosas señales que nos hablaban de un Nosotros, mientras que se va vislumbrando una escisión en la que, poco a poco, el yo es más YO y el tú es más . Y esa inicial necesidad de sentir y de compartir, se transforma en un vago «hoy no me apetece».

El siguiente paso es un simple Principio Matemático: «Planteamiento: Yo digo Arre. Respuesta: Él (ella) dice So. Conclusión: Somos Incompatibles«.

La consecuencia es, evidentemente, la explosión y de creer que se podía vivir bien así, se pasa a odiar visceralmente todo lo que constituye ese escenario, todo lo que nos hace ser conscientes de haber perdido la propia identidad. Y aun sin percibir claramente cómo o en qué momento ocurrió, de pronto nos vemos detestando a nuestra pareja… Los defectos que antes resultaban graciosos u originales, ahora son insoportables… Se impone la idea de: Es que yo no soy así… es que no nos parecemos en nada… es que somos totalmente incompatibles.

Y se decide cortar por lo sano; es decir, del consabido «Muerto el perro se acabó la rabia», pasamos directamente a «Descubierta la rabia, tenemos que matar al perro».

Nos Imponen los Impuestos (2)

Bueno, pues continuando con lo anterior… o como dijo Fray Luis de León, al reincorporarse a la Universidad de Salamanca, allá por el 1574, tras un largo período de excedencia forzosa (en la cárcel de Valladolid): “Decíamos ayer”…

Nosotros, personas integrantes de una sociedad que presume de democrática, tenemos a gala ser individuos libres, con capacidad para hacer y deshacer y con facultades propias para decidir, para actuar o para no actuar, cuándo, cómo y dónde consideremos oportuno.

Por eso, el hecho de que alguien trate de imponernos algo, va en contra de lo que consideramos como nuestros derechos-. Que nos obliguen a algo activa inmediatamente nuestro afán de defendernos ante lo que consideramos una agresión a nuestra libertad de opinión o de actuación. Y es tanto más chocante que sea el propio Estado, en teoría el garante de nuestros derechos y libertades, el que nos imponga unas aportaciones con las que sólo en una mínima, me atrevo a decir incluso que microscópica parte (si acaso), de la población está de acuerdo.

Todo esto nos produce una sensación de abuso de poder, de ser exprimidos como si fuéramos unos simples frutos cítricos, de humillación tal («¡Tú bajas la cabeza y pagas… y no hay más que hablar!»), que tiene como consecuencia directa el deseo de rebelarnos. Más aún cuando todos los días vemos lo que vemos y oímos lo que oímos, con respecto a esos listos que se llevan un buen pedazo del pastel y, encima, se van de rositas.

Y, llegados a este punto, de nada sirve que se nos diga que ese dinero que nos vemos obligados a soltar, que esos Impuestos que se nos imponen por imperativo legal (¡Uf!), van a servir para que tengamos una mejor Sanidad Pública, que eso ya nadie se lo cree; o mejores Infraestructuras o, en resumen, mejores Servicios para la Sociedad, porque, en primer lugar, no lo vemos de forma clara; ya que tal y como se están planteando las cosas, la Sanidad, de Pública cada vez tiene menos y lo que va quedando de ella no es más que un batiburrillo donde, sólo si tienes suerte, te operan antes de que te mueras; las carreteras parecen caminos de cabras que ni con bacheos periódicos se arreglan, etc; y en segundo lugar, porque no lo vemos de forma inmediata; es decir, nuestro esfuerzo no tiene una recompensa directa y, por eso mismo, no nos apetece hacer dicho esfuerzo.

Porque cuando tú y yo hacemos algo, por muy altruistas que presumamos de ser, esperamos que eso nos aporte un cierto beneficio, si no material, sí social o humano.

Psicológicamente, necesitamos ese refuerzo, ya no sólo para compensar lo aportado, sino para que sirva de estímulo que nos promueva a realizar esfuerzos posteriores. Sólo en ese juego de estímulo – acción – recompensa, es en el que nos movemos de forma satisfactoria, ya que la búsqueda de la satisfacción y de la felicidad constituye la esencia de todo ser humano.

Por todo esto, nos llevamos tan mal con los Impuestos.

Y hay quien dirá que, para él, el estímulo de pagar a Hacienda es no acabar con sus huesos en la cárcel o no tener que pagar la multa correspondiente. Ante esto, yo sólo puedo decir que eso no es un estímulo; que eso es una amenaza; que la amenaza implica un castigo y que un castigo, como método de persuasión, puede ser muy eficaz, pero desde luego, no puede funcionar de ninguna manera como aliciente necesario para traspasar las puertas de la Delegación de Hacienda con nuestros papeles bajo el brazo y con una sonrisa de oreja a oreja; ni aunque la Declaración salga Negativa, por la conciencia de que sólo hemos conseguido que nos devuelvan una parte muy pequeña de todo lo que nos hemos visto obligados a pagar por anticipado y por la sensación de que nos dan una limosna cuando otros ya se han aprovechado de lo que adelantamos.

 

Nos Imponen los Impuestos (1)

Estamos ya en plena Campaña de la Declaración de la Renta de este año y esto nos trae, yo creo que a todos sin excepción, un poco (o un mucho) por la Calle de la Amargura. Así que creo que el temita bien merece un poco de atención.

Yo, de Economía, poco; y de Finanzas, bastante menos; por lo tanto no voy a enredarme con estas palabrotas… Y no las llamo palabrotas por feas (aunque bonitas tampoco son), ni por insultar (que ahí mejor no me meto), sino porque me resultan GRANDES. Como imagino que te pasará a ti, al otro y a casi todos los demás.

Por lo tanto, voy a comentar este asunto desde un punto de vista más emocional.

Me vas a permitir que juegue un poco con el doble sentido de la palabra Impuestos, porque, al final, y tanto en lo que tiene que ver con Hacienda, como en esas otras cosas que no nos apetecen, pero que no tenemos más remedio que asumir, todo queda reducido a una sola expresión: Lo que se nos impone. Y es precisamente porque se nos impone, por lo que se lleva tan mal, se hace a regañadientes y, en la medida de nuestras capacidades o de nuestra osadía, se intenta esquivar.

Quizá serían los propios funcionarios del Ministerio de Hacienda los que mejor podrían hablar hoy de este tema, especialmente si se trata de hablar sobre la actitud que, en términos generales, manifiesta el ciudadano «de a pie» frente a sus mostradores o nada más traspasar las puertas de ese recinto que, más que un edificio destinado al servicio público, se percibe como un patíbulo o una cámara de torturas.

Porque no creo yo que nuestro talante sea demasiado amistoso cuando llega por fin esa infausta mañana, en la que, tras mucho retrasarlo, quizá con la esperanza de que un milagro nos evite semejante comparecencia, allá vamos, tú, yo, y todos los demás sufridores, con nuestros papeles debajo del brazo, con una expresión en la que se hace patente un cierto matiz avinagrado y con un renqueo similar al que presentaríamos si nos hubiéramos echado, de golpe, veinte años encima.

No es para menos, Si hay algo que nos duele especialmente es que nos apuñalen en el bolsillo, por aquello de que nos hace daño desprendernos de lo que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir y, en el supuesto de que no haya sido demasiado el esfuerzo invertido, no es menos cierto que el dinero ganado o conseguido, de una u otra forma, es de esas cosas que quedan revestidas inmediatamente con la capa de la Propiedad; lo que hace que, si bien podemos disponer de ello y hacer con ello lo que queramos, sin embargo, al no ver en ese desprendimiento una utilidad que revierta sobre nosotros mismos, de forma inmediata, nos parece que nos lo están robando y nadie se brinda gustoso a que le roben (a no ser que vaya a cobrar un suculento seguro, pero eso es otra historia).

Además, y para rizar el rizo, está el agravio comparativo. Y me refiero a todos aquellos listos que se lo montan a lo grande en los llamados paraísos fiscales; o de aquellos otros (no sé si llamarles listos también o emplear un término que sí podría considerarse en puridad una Palabrota) que han arramblado con todo lo que han podido y encima se les brinda una amnistía fiscal

Mejor no sigo por ese camino, porque se me están empezando a desatar una sarta de emociones que… ¡uffff!…

Además, llegado a este punto, creo que lo voy a dejar, porque no quiero cansarte. Si te parece, te emplazo para el próximo día y te sigo contando…