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¿Qué hubiera pasado si…?

 

 

La eterna pregunta…

Cada vez que tomamos una decisión, cada vez que optamos por algo, nos surge la duda… ¿Y si hubiera hecho lo otro? ¿Y si hubiera elegido lo otro?

Y, de pronto, empezamos a no estar convencidos de la elección hecha. Empezamos a dudar de haber optado por lo mejor. Lo que, inevitablemente, nos hace ver muchas más cosas positivas en lo que hemos descartado, frente al montón de aspectos negativos que descubrimos en lo que hemos elegido.

Pero es que, además, suele ocurrir que, antes de haber llegado a esa decisión, hemos pasado mucho tiempo analizando las alternativas… o nos hemos preparado a fondo para ello… o nos ha costado un esfuerzo enorme dar el paso… o hemos invertido muchas energías, tanto personales como económicas, para conseguirlo.

Y, vale, nos decidimos, damos el paso, emprendemos un nuevo camino… ¿Y?…

¿Qué pasa?… ¿Resulta que ahora ya no es lo mejor?… ¿Y qué hubiera pasado si…?

El hecho de decidir, cuando se trata de una decisión importante para nuestra vida, suele conllevar una gran tensión emocional… Y esa tensión después nos pasa factura.

Esa «factura» hay que pagarla, claro, y la «moneda» que nos exige es, por supuesto, emocional. Entonces, tenemos que abonar «euros» en forma de «dudas»; «dólares» en forma de «ansiedad»; «libras» en forma de «depresiones»… etc., etc., etc… Y nuestra «cuenta corriente» psicológica parece que se queda en números rojos… Lo que nos hace temer la «bancarrota emocional».

A esto hay que añadir los comentarios de los que nos rodean, claro. Porque nadie pensamos igual que los demás y cada uno opinamos diferente sobre lo mismo.

Entonces, si a la sensación de «bancarrota» personal, le sumamos una gran lista de «acreedores», que reclaman «su parte», haciendo comentarios como: «déjame que te diga…», «yo hubiera hecho…», «es que no tuviste en cuenta…»

¡Uff!… ¡La ruina!…

¿Y qué podemos hacer?

Recuperar la confianza.

Siguiendo con el símil económico… los mercados de valores retornan al alza y se presentan en positivo cuando «recuperan la confianza»…

Pues es lo mismo… pero de forma diferente.

Has elegido algo; te has embarcado en una nueva aventura… ¿Por qué lo hiciste?… ¡Porque te gustaba!… ¡Porque querías!… ¡Porque era lo mejor!…

¡Y sigue siéndolo!… Te sigue gustando. Lo sigues queriendo. Sigue siendo lo mejor… para ti.

¿Alguien te lo ha criticado? ¿Alguien te ha dicho que hay otras cosas mejores? ¿Alguien se ha burlado de tu decisión?

Vale. Puede ser… Pero te lo dice desde «su perspectiva»… Y lo que a ti te importa es la tuya; porque es con la que vives.

Y, desde Tu Punto de Vista, eso era lo que querías.

Fíjate en ese detalle que te gustó. Vuelve a valorar esa característica que hizo que te inclinaras por ello. Vuelve a mirar ese elemento que llamó tu atención… Y empieza a disfrutar de lo que has elegido.

Empieza a «vivir» lo que has decidido. Involúcrate en ello. Sácale todo el partido posible… y sabrás por qué fue Tu Opción.

A ver… Nadie somos perfectos. Podemos equivocarnos. De acuerdo… Y puede ser que, dentro de un tiempo, te des cuenta de que algo falló; de que no salió como pensabas; de que… podías haber hecho otra cosa.

Sí. Puede ser… Pero esas conclusiones serán resultado de lo que venga a continuación… Y ahora… todavía… no ha venido y no sabes si vendrá.

Por lo tanto, ahora no puedes tener en cuenta algo que «no existe» y que quizá «no llegue a existir nunca».

Ahora tienes lo que tienes; ves lo que ves; analizas lo que hay; y sólo en base a eso puedes decidir… Pues sólo eso es lo que cuenta.

Y lo demás, ya vendrá… Si viene.

Ahora es Ahora… Y no hay más que el Ahora.

Vívelo!!…

El Compromiso de Comprometerse

 

Comprometerse… Da miedo…

No. Miedo no. Es vértigo… Es como saltar al vacío… Es como entrar en una cueva oscura ¿Qué habrá dentro? ¿Cómo salir de ella si es necesario?

Puede que una relación de pareja funcione de maravilla, hasta que llega el momento en que uno dice: «Oye ¿por qué no nos casamos?»… ¡Uff!…

Respuesta: «Pero si estamos muy bien así»… «¿Para qué vamos a complicar las cosas?»

Y el que ha hecho la propuesta se queda desfondado… Sí; como si hubiera dado un paso en falso… «¿Es que no me quieres?» «No, no, no es eso; es que necesito tiempo».

¿Qué ha pasado?

A ver… Tan simple como la vida misma (sólo que nos gusta complicarla)… Mientras se trata de salir juntos, de estar juntos sin más ataduras que la del «querer» (con la inmediatez y la limitación del término, «te quiero ahora»), la cosa va bien; no hay agobios. Pero ante la posibilidad o el planteamiento de «algo definitivo», del supuesto «para toda la vida», ya hay que pensárselo.

Y parece que, a partir de ese momento, el solicitado (o solicitada) se distancia un poco del solicitante… porque, tal como ha dicho, «necesita tiempo».

Pero tú, solicitante, quieres a esa persona y «crees saber» que esa persona te quiere a ti. Entonces ¿qué puedes hacer?

Dale tiempo… Es lo que te ha pedido ¿no? Pues dáselo.

Esto, dicho así, parece «poco científico», pero tiene una explicación «que sí es científica»… Verás.

Aunque ella (la persona solicitada) no quiera verte y se distancie de ti, sabe que te tiene seguro (o segura), porque la llamas constantemente y te preocupas por ella. Y mientras sepa que te tiene seguro, dará largas a la situación antes de comprometerse definitivamente. Porque no existe la amenaza de perderte y, por decirlo de alguna manera, puede «jugar contigo» hasta que le parezca bien.

Sin embargo, si dejas de llamar, si dejas de mandarle mensajes, si te distancias tú también, puede empezar a pensar que ya no te tiene tan seguro y quizá piense que si mantiene su actitud, te puede perder por completo.

Como comprenderás, si te quiere de verdad, si realmente quiere estar contigo, a pesar de las dudas que tenga, no va a permitir que la dejes; y si hay el más mínimo riesgo al respecto, hará lo posible y lo imposible porque todo vuelva a estar como antes e, incluso, dará ese paso que ahora tanto teme.

Soy consciente de que te puede parecer difícil aguantar que vayan pasando los días sin saber nada de esa persona; pero si de verdad quieres solucionarlo, es más aconsejable que «aguantes el tirón» y que no vuelvas a llamarla o a ponerte en contacto con ella… hasta que sea ella misma la que te busque y la que «vaya detrás de ti».

Si te quiere de verdad, no tardará en hacerlo… porque no querrá perderte.

Pero si no lo hace… es porque no te quiere.

Y si no te quiere… entonces ya puedes dejar de preocuparte por ella, porque tú te mereces lo mejor.

… Y a otra cosa.

Mi suegra, mi marido y yo

 

 

¡Menudo triángulo «amoroso»!…

Seguro que alguna de vosotras se ha visto en esta situación, o parecida:… «Mi suegra se ha quedado viuda recientemente. Mi marido es su único hijo y para que no esté sola, en estos primeros meses, está viviendo con nosotros. Y ahora ha empezado a hacerme la vida imposible; no hace más que criticar todo lo que hago. Y lo peor de todo es que mi marido también ha empezado a echarme en cara ciertas cosas que antes no le parecían mal… Parece que se pone contra mí para defender a su madre.»

¿Te ves reflejada y no sabes por qué te está pasando esto?

¿Quieres ponerle remedio y no sabes cómo?

Vale; pues te contaré algunas cosas… a ver si pueden servirte de ayuda…

Lo que podría estar ocurriendo es lo siguiente: Al quedarse sin su marido, tu suegra se quedó sin su apoyo de toda la vida y quizá empezó a pensar que, para no quedarse completamente sola en el mundo, lo único que le quedaba era su hijo… Pero su hijo estaba con «la otra»… Por tanto, tenía que recuperarlo a toda costa, sobre todo de cara a su vejez.

Y resulta que «la otra» eres tú: Su mujer.

Entonces, su «lógica» le puede haber llevado a pensar que, si tú pierdes la buena imagen que tienes ante tu marido, él se despegará más de ti y volverá a sus brazos, ya que, según esa misma lógica, «ella es su madre y es la única que no puede fallarle».

Pues pensado y hecho. Si para recuperar a su hijo tiene que anularte a ti, lo mejor es hacerle ver todas tus faltas, tanto las existentes como las inexistentes; y demostrarle que su mujer no le conviene; que lo mejor es que haga caso a su madre y, a ser posible, que sólo confíe en ella.

Por eso te critica y te hace la vida imposible.

Pero no pienses que, a pesar de la «evidencia», tu suegra es un «monstruo de maldad»… Nada de eso.

Lo que ocurre es que tiene miedo. Está asustada. Porque la vejez asusta; especialmente si viene acompañada por la soledad…

Que, dicho sea de paso… ¡Terrible compañía!

Y cuando una persona está asustada, se desespera y trata de luchar con todas sus fuerzas para evitar la llegada de «eso» que tanto miedo le provoca.

Así pues, en lugar de reprocharle nada y meterte en una guerra de «dardos cruzados» con ella, lo más adecuado es ayudarle a superar su trauma.

Tienes que hacerle ver que tú no eres su enemiga.

Más bien, al contrario… Si «su hijo» y tú estáis bien y os sentís unidos, si vuestro matrimonio funciona bien y os compenetráis, ella estará mejor atendida y se sentirá más cómoda.

Siéntate con ella; trata de hablarle con calma, con amabilidad, pero, sobre todo, con respeto. Y, lo más importante… trata de escucharla.

Puede que, especialmente al principio, desconfíe de ti y te acuse de que lo que pretendes es darle la razón como a los tontos o volverla loca para encerrarla en un psiquiátrico y así librarte de ella.

Si te dice ese tipo de cosas, no te enfades… Estas reacciones podrían deberse al pánico que está experimentando frente a la temida soledad.

Atiéndela bien… Sorpréndela con algún detallito; pero que no sea muy llamativo, para que no recele. Invítala a que salga contigo a la compra o a dar un paseo. Puedes pedirle también que te ayude en las tareas de casa. Pero haz todo esto de una forma natural… Se trata de que se vaya dando cuenta de que ella también es parte de la familia; que tiene un sitio en vuestra casa y que puede participar en las cosas de casa.

No hagas caso de sus críticas.

Si va comprobando que tu actitud hacia ella no es algo pasajero, sino que lo haces de forma constante y con naturalidad, poco a poco ella también irá cambiando, dejará de tener miedo y la convivencia adquirirá una «muy deseada normalidad».

 

Las «Reglas del Juego» (Segunda Parte)

 

 

El otro día os decía que, cuando dos personas empiezan una relación de pareja, esperan y desean que esa relación sea duradera.

Se plantea, con una chispa de ilusión en la mirada y con gestos entrañables, aquello de «envejecer juntos»…

Pero nadie se para a pensar, en esos primeros momentos, ni se imagina, ni sospecha, ni prevé cómo puede ser eso de «envejecer juntos»…

Y la cosa es importante.

Porque lo malo de que pase el tiempo es que, en primer lugar, no pasa igual para todos, porque unos envejecen peor que otros. Y en segundo lugar, porque ese «paso» del tiempo conlleva ineludiblemente una serie de cambios físicos y psicológicos que, si ya nos cuesta aceptarlos en nosotros mismos, mucho más difícil es aceptarlos en el otro.

Así pues, para que una relación de pareja sea duradera y estable, hay que saber aceptar estos cambios… ¿Pero a qué cambios me refiero?

Pues verás…

Algunos de estos cambios tienen que ver con la forma de amar y de relacionarse íntimamente con el otro.

Si en la juventud parece que prevalece más la excitación física y las sensaciones que el placer erótico acarrean, felizmente enriquecidas con la ternura, el afecto y la sensibilidad… a medida que vamos «madurando», el placer físico va cediendo terreno (aunque sin declinar por completo) al placer «psicológico»; el cual se encuentra en la compañía, en la complicidad, en la ternura y en el conocimiento íntimo de la pareja… Y la vivencia de todo esto, mezclándolo de vez en cuando con el ingrediente «picante» del erotismo, da como resultado la experiencia plenamente satisfactoria de lo que se entiende por «Amor».

Por otra parte, y en lo que a cambios físicos se refiere, con el paso de los años, la ley de la gravedad tiene la «incordiante» costumbre de volverse cada vez más implacable… y todo se nos empieza a caer… ¡Todo!… Y nos cuesta mucho más mantenerlo erguido… ¡Todo!…

Y llega un tiempo en que todas esas cosas que se mostraban tiempo atrás tan «altaneras»… poco a poco ya no sólo es que se caigan… ¡sino que se «hunden»!…

Y esto hay que saber llevarlo con dignidad…

Así pues, uno debe aprender a estimarse a sí mismo, en su decadencia física, para ser más tolerante con la decadencia del otro.

Y ya que hablamos de tolerancia… ¿Qué pasa con eso de «fíjate lo que se le acaba de ocurrir a mi pareja»?… ¿»Fíjate con lo que me sale ahora»?

Es necesario aprender a ver y a valorar aquellas cosas que hace el otro para intentar agradarnos… ¡aunque no sean de nuestro agrado!…

Tenemos que ser capaces de recompensar al otro y de incentivarle y motivarle… Sólo así, poco a poco, conseguiremos que sus «ocurrencias» por fin alcancen el nivel y la entidad que nosotros esperamos.

En vez de estar al acecho para «pillarle» en un error y reprochárselo, lo mejor es estar pendiente de sus buenas cualidades y de sus aciertos… y, por supuesto, elogiarle por ello.

Cuando alguien hace algo y obtiene una recompensa, del tipo que sea, por ello, tenderá a repetirlo y a mejorarlo… Primero, porque ha comprobado que eso le gusta al otro y, segundo, porque las consecuencias que ha tenido le gustan a él.

Y cuando alguien recibe «recompensas» se siente mejor; está más receptivo; se muestra más atento con el otro; se facilita la comunicación y la intimidad; se desarrolla la complicidad; se muestra más tolerante con los fallos ajenos; se enfrenta mejor a las contrariedades; se presta más a compartirlo todo…

… Y se convierte en un buen Amante… y en un buen «Amador»…

… Y ya tenemos preparado y listo para degustar y paladear ese exquisito cóctel que llamamos Relación de Pareja.

 

 

 

 

Las «Reglas del Juego» (Primera Parte)

 

 

Convivir…

Te he conocido. Me has conocido. Te gusto. Me gustas… Salimos. Estamos bien juntos… Construimos el nido… Y empieza la partida…

Porque es como una partida de ajedrez, pero al más alto nivel.

Aquí no vale con mover fichas y… ¡hala, a lo que salga!… De eso, nada.

Comunicación, complicidad, cariño, confianza, respeto, tolerancia… y pasión (mucha, pero de la buena).

Una buena relación de pareja y una convivencia satisfactoria tienen sus reglas y si no se respetan, entonces no estaremos jugando sobre un tablero, sino sobre un polvorín.

Una pareja está formada por dos personas; cada una de ellas tiene su forma de pensar y de actuar; cada una tiene sus gustos y sus opiniones y no se puede pretender que lo cambien y que lo unifiquen. Esto no es ni recomendable, ni saludable. Entonces, hay que conseguir que ambas «individualidades» puedan encajar bien y caminar de forma paralela.

¿Cómo?… Os voy a hacer algunas sugerencias.

Por empezar de alguna manera y teniendo en cuenta que, en lo que sigue a continuación, el orden de factores no altera el producto (como diría un matemático), habría que clarificar bien los objetivos que tiene cada uno; es decir, qué espera cada uno de la relación y de la convivencia. Pero pensando también en las necesidades y en los deseos del otro. Para esto, hay que desarrollar la sana costumbre de escuchar y de elegir el lugar y el momento oportunos para expresar algo concreto; especialmente si se trata de algo potencialmente conflictivo.

Si hay buena comunicación, no hay malentendidos y las cosas serán más fáciles.

Aquí no vale decir eso de «él ya me conoce», «ella ya sabe lo que pienso yo»… Nadie es adivino. Ninguno sabe leer el pensamiento del otro… Y lo de la telepatía… bueno, todavía hay mucho que investigar al respecto y, hasta donde yo sé, no es algo que se utilice forma cotidiana; por lo tanto… si se habla claro, se entenderá bien.

La rutina diaria es muy complicada y exigente. Vamos deprisa a todas partes; el trabajo nos ocupa muchas horas al día; terminamos agotados y la desgana son invade. Sin embargo, es importante reservar un tiempo para dedicárselo exclusivamente a la pareja, aunque sean treinta minutos al día… o veinte; porque no es cuestión de cantidad, sino de calidad… Y luego, el fin de semana… ¡a tope!…

El afecto y el contacto físico deben ser algo constante y continuado en el tiempo, y no reservarse sólo para la cama.

Es deseable mostrarse espontáneo y relajado en las manifestaciones de los sentimientos y receptivo ante las expresiones de afecto por parte del otro.

Alguien me preguntaba hace poco qué se necesitaba para ser «un buen amante».

Debo reconocer que la preguntita se las trae… Porque ésta, como tantas otras preguntas, tiene demasiadas posibles respuestas.

Seguro que tú también tienes tu propia opinión al respecto; pero yo la desconozco… Y como también desconozco las demás… aquí plasmo la mía:

Un buen amante es aquel que respeta a su pareja y se respeta a sí mismo… Un buen amante dice lo que le gusta y se interesa por lo que le gusta al otro… Un buen amante no insiste en agravios pasados y habla de placeres anticipados… Un buen amante trata a su pareja como una persona y no sólo como un cuerpo… Un buen amante está siempre dispuesto a complacer, complaciéndose a sí mismo… y sobre todo, disfruta con ello.

¿Y qué pasa con el factor Tiempo?

Porque siempre se espera y se desea que una relación de pareja se prolongue en el tiempo…

Vale… pues dame tiempo… y te lo cuento el próximo día.

¡Maldita Felicidad!

 

 

Quizá lo hayáis observado en alguna ocasión… O quizá, lo hayas experimentado tú alguna vez…

Cuando una persona ha conseguido algo por lo que ha luchado con todas sus fuerzas… o cuando alguien ha encontrado a esa otra persona con la que se siente plenamente identificado y con la que es feliz… hay momentos en que entra en «modo pánico» por el temor a perder lo que tanto ha costado alcanzar.

Hasta aquí… bueno, digamos que es comprensible.

El problema es cuando se llega a un punto en que el miedo a la pérdida empieza a ser algo obsesivo… y de ahí, se pasa a sufrir un pánico atroz a «ser feliz»… Y eso ya sí que no se entiende…

… Aunque tiene una explicación.

Os pongo el ejemplo de esa persona que estaba secretamente enamorada de otra… Sufría cuando no la veía, porque no estaba a su lado y no sabía qué estaba haciendo… y sufría cuando la veía, porque estaba a su lado y no podía «acercarse» a ella.

Pero un día… ¡por fin!… algo cambia, conectan, se dan cuenta de que están hechos el uno para el otro y empiezan una relación de pareja.

A partir de ahí, teóricamente al menos, todo debería ser felicidad para esa persona que tanto había ansiado esta relación. Sin embargo, pasados los primeros días de «vivir en una nube», una mañana se despierta con una sensación de pánico, por temor a «caerse de esa nube y estamparse contra el suelo»…

Porque cree que está viviendo un sueño del que, irremediablemente, se va a despertar… Porque no se explica que «alguien tan divino» haya bajado al mundo de los mortales para estar con «alguien que no le merece».

Y la inseguridad empieza a campar a sus anchas.

Entonces, se redoblan los esfuerzos para hacerse merecedor de tal divinidad y se vuelca completamente en estar pendiente de ella, en complacerla; se convierte en su «más ferviente servidor», para evitar que un descuido por su parte provoque la huida del otro.

Pero también aparece el miedo a que tantas atenciones lleguen a empachar y que el otro se canse, lo que también podría ser motivo de huida.

Así pues, se va entrando en una situación tan confusa que, irremediablemente, sumerge a quien la padece en una tristeza infinita, por el convencimiento de que, haga lo que haga, estará mal hecho y, tarde o temprano, lo perderá todo.

Y ya no puede disfrutar de lo que tanto deseaba… Ya no puede disfrutar de esa felicidad que imaginaba… y que tenía.

Ya no cree que merezca la pena tener lo que se desea.

Y ese malestar le lleva al siguiente razonamiento… Si conseguir la felicidad, me hace ser infeliz… ¡maldita felicidad!…

… Es mejor ser infeliz… Estarás triste, pero al menos podrás dormir por las noches, sin temor a perder algo… simplemente, porque no lo tienes.

Es decir… se empieza a tener miedo a ser feliz.

Y el miedo, como todos sabemos, es una sensación tan paralizante que nos imposibilita para maniobrar adecuadamente en busca de la salvación… Así que, dejamos que el barco se hunda… ahogándonos en el mar de la inseguridad.

La inseguridad… La «única culpable» del miedo a ser feliz.

Ya hemos hablado mucho de ella… Y volveremos a hacerlo.

Pero hoy lo dejo aquí.

El «Rey de la Casa»

 

 

Hijo o hija único… hasta que llega el hermanito o la hermanita… Da igual el sexo del «Rey» o el sexo del «Intruso», porque las reacciones suelen ser las mismas; así que hablaré en términos generales.

El problema de los celos infantiles es demasiado frecuente y, en ocasiones, grave, como para tomárselo a la ligera.

Porque es cierto que los adultos tendemos a quitarle importancia y decimos cosas como «es normal», «ya se le pasará», «tiene que ir aprendiendo»… y todas esas tonterías que solemos decir cuando tenemos la sensación de que algo se nos escapa de las manos.

Sí… He dicho que se nos escapa de las manos… Porque, cuando hay niños por medio, la mayoría de las veces nos vemos tan sorprendidos con sus «salidas», que nuestra capacidad de reacción se queda gravemente disminuida.

Vale… Pues sigo con el tema…

Ha sido mucho tiempo… «¡toda su vida!»… el que tu hijo mayor, hasta ahora tu único hijo, se ha sentido el Rey Absoluto del Hogar. Todo giraba a su alrededor…

Y ahora, de pronto, aparece un «Intruso». Y además, se trata de alguien que ha acaparado toda la atención… Si llora, los adultos corren a ver qué pasa. Si ríe, los adultos hacen fiesta. Si duerme, los adultos imponen la Ley del Silencio. Si está despierto, los adultos sólo le miran a él. Si come, porque come. Si no come, porque no come… ¡Uff!…

Todo esto hace que se sienta como el rey «depuesto». Le han usurpado el Trono… El enemigo se ha instalado en su Reino… Y esto provoca un deseo incontenible de, en primer lugar, «acabar con este enemigo» y, en segundo lugar, pero quizá lo más importante, de llamar la atención de los padres para que quede claro que sigue existiendo y que quiere volver a ocupar el lugar que tenía… Porque tiene «derecho» a ello.

Y no es cuestión de que vosotros, padres, os hayáis olvidado de él y la hayáis dejado a un lado.

El problema radica en que, si antes erais «sus» papás, quiere que lo sigáis siendo… pero «exclusivamente suyos»; sin compartiros con nadie.

Y no sirve de nada que tratéis de razonar con él… «tú ya eres mayor»… Su percepción de lo que ocurre no admite ningún razonamiento más que el suyo.

Entonces, la única manera de ir calmando los ánimos es hacerle partícipe «imprescindible» de todo lo que ocurre ahora en la casa.

Así, por ejemplo, cuando llegue la hora del biberón, pedirle que os ayude a abrir el envase de la leche… O que, cuando llore su hermanito, os avise… O que, cuando haya que limpiarle, se encargue de sacar de la bolsa el pañal necesario…

En fin, hacerle ver que su ayuda es «de vital importancia» para el buen funcionamiento de la familia; y que si él no estuviera allí, vosotros, los adultos, no podríais haceros cargo de todo.

No desaprovechéis ningún instante, por simple que pueda parecer, para solicitar su ayuda.

Si tu hijo siente que va recuperando su «trono», no sólo se acabarán los problemas que ahora plantea, sino que se convertirá en el cuidador más atento y responsable del nuevo miembro de la familia.

El Rey ha vuelto… ¡Viva el Rey!…

Sólo que ahora, además… hay también un Príncipe.

 

No puedo concentrarme

 

 

Eres de esas personas que nunca has tenido dificultad para estudiar… Vamos, que has sido un buen estudiante… Y ahora que te vas a enfrentar a uno de los exámenes más importantes de tu vida, porque de él depende el trabajo que tanto ansías tener, resulta que no te concentras… ¿Qué te pasa?

Ansiedad… Eso es lo que te pasa.

Tu problema de concentración radica en la ansiedad que te produce la situación en sí.

Date cuenta de cómo se plantean las cosas: Si apruebas este examen, tienes un trabajo fijo que, además, te gusta y está muy bien remunerado… O sea, te soluciona la vida… ¿No es para poner nervioso a cualquiera?

No te diré que te tranquilices. Lo que te juegas es demasiado importante y es lógico que te mantengas alerta y que intentes lograrlo a toda costa.

No te hablaré de ningún método de estudio; porque hay muchos, pero no todos son adecuados para todo el mundo. Cada persona tiene sus propias características y, por tanto, necesitaría un método de estudio «a la carta».

Tampoco se trata de emplear muchas horas; además, cuantas más horas te esfuerces en estudiar cada día, más cansado estarás y esto hará que tu nivel de concentración, ya de por sí tocado, disminuya bastante… Y sólo conseguirás desesperarte; lo cual, te meterá en un círculo vicioso, porque no estarás en las mejores condiciones para seguir estudiando.

Para poder concentrarte, tu mente debe estar descansada y seguir una secuencia regular entre trabajo y descanso.

Trata de hacer algunos minutos de descanso entre períodos de estudio. Aunque aparentemente no estés cansado, tu mente te lo agradecerá.

Es importante también que la habitación en la que estudias sea cómoda, tenga buena luz (durante el día, la mejor luz es la natural), la temperatura ha de ser adecuada para ti y, sobre todo, no debe haber a tu alrededor cosas que puedan distraerte (fotos, televisión, otras personas, etc.)

Por otra parte, y por muy importante que sea este examen, si lo piensas un poco… ¿cuántos exámenes importantes has hecho a lo largo de tu vida?… Creo que todos han sido decisivos… Y todos te han puesto nervioso… Y los has hecho… ¡Y los has superado bien!…

¿Por qué va a ser éste distinto?

Sí… ya sé… Porque te permite conseguir un buen trabajo.

Vale… Pero no es éste el único «buen trabajo»… Hay muchos más… Y seguro que están deseando ser ocupados por alguien como tú.

Confía en ti y en tus posibilidades.

Si ese trabajo en concreto ha de ser para ti, lo conseguirás sin mayores dificultades. Ahora… y créeme, que esto es importante… puede ocurrir que ese trabajo, por muchas razones que ahora no ves, quizá no te convenga tanto como piensas… Y como su conveniencia o no es algo que ahora mismo desconoces, no puedes dejar que te condicione.

Eres una persona muy competente… porque lo has demostrado en muchas ocasiones… De hecho, tu expediente académico es un auténtico festival de buenas notas.

Y en tu «yo» más íntimo sabes que vas a conseguir lo que te propongas en la vida… porque, además de muy competente, eres una persona trabajadora, eres alguien que trata de superarse cada día y, por encima de todo, porque tienes ilusión.

Bien; pues déjate llevar por esa persona que eres. No permitas que te arrastre «ese otro que no eres».

Siéntate cada día delante de ese temario y, simplemente, lee… Tu mente sabe muy bien lo que tiene que hacer con toda esa información que entra a través de tus ojos… Confía en ella.

Luego, el día del examen, acudes a la cita; te sientas delante de ese folio blanco que estará deseoso de que le llenes de palabras; lee las preguntas que tienes que contestar; deja que tu mente abra las carpetas donde tiene guardada la información necesaria y que sea ella la que guíe tu mano para traducir esa información en grafismos… Y ya está.

Vete a casa; queda con amigos; descansa o diviértete… pero sobre todo, sigue con tu vida y disfruta de ella…

… Y lo que tenga que ser, será.

El Síndrome del «Nido Vacío»

 

 

«Hasta hace un año, vivía feliz como ama de casa… Mi marido, mis hijos y mis tareas me llenaban. Nunca he trabajado fuera de casa, porque tampoco me ha hecho falta. Mi marido decía que ya ganaba él por los dos… Y la verdad es que nunca nos ha faltado nada… Mis hijos estudiaron lo que quisieron; ahora tienen buenos trabajos y ya viven en sus propias casas, con sus parejas… Y yo tendría que sentirme bien… pero no lo estoy. Siento una gran tristeza; no tengo ilusión por nada; ahora todo me resulta insoportable… Y lo peor es que no tengo motivos para ello».

Esto es lo que me contaba recientemente una mujer de mediana edad que había acudido a mi consulta.

Así pues, voy a aprovechar para hablaros de este trastorno que se da especialmente en las mujeres… Porque todavía suelen ser las mujeres las que, tras el emparejamiento y el nacimiento de los hijos, se quedan en casa para atenderles «a tiempo completo»… para que se hagan hombres y mujeres «de provecho».

Y efectivamente, los hijos crecen… Efectivamente, los hijos se convierten en hombres y mujeres «de provecho»… Efectivamente, esa madre ha visto cumplido su «gran objetivo»… El problema es que, cuando esto ocurre, los hijos se independizan… Y se van.

Y es entonces cuando esa mujer, que ha dedicado la mitad de su vida a cuidarles y a «estar ahí para su familia», se da cuenta de que ya no tiene un objetivo claro; y que todo eso que antes hacía, con mayor o menor esfuerzo, al perder ese objetivo, ahora resulta vano y sin sentido.

Este sentimiento de «desfondamiento» provoca una caída en el estado anímico. Es como si, de pronto, desapareciera el suelo y nuestros pies no tuvieran donde pisar… Y entramos en «caída libre»… Y nuestra autoestima empieza a bajar y a bajar y a bajar… Porque «¿para qué sirvo yo ahora?»… Y de «caída libre» se pasa a «entrar en barrena»…

… Seguro que os imagináis el «tortazo emocional» que viene después.

Bueno… Os diré algo. Es una realidad que todos necesitamos y buscamos razones que justifiquen nuestros actos.

Por mucho que digamos que hacemos las cosas «porque sí», lo cierto es que siempre las hacemos «por algo». El «porque sí» puede ser de cara a la galería; pero en nuestro interior siempre hay una razón para hacer lo que hacemos o para decir lo que decimos.

Si, de pronto, aquello que estábamos haciendo «por algo», pierde ese «algo», entonces nos parece que ya no tiene sentido; y eso nos desconcierta y nos lleva a pensar que ya no merece la pena seguir haciéndolo.

Vale… Pues llegado este punto, llegado ese momento en que se han alcanzado esos objetivos que nos habíamos propuesto, es cuando tenemos que buscar otros.

Y alguien me preguntará por qué…

¿Por qué hay que buscar otros objetivos, otras metas? ¿Por qué no puede uno dedicarse a descansar, tras toda una vida de trabajo y esfuerzo? ¿Por qué no puede empezar a pensar en sí mismo?

¡Pues eso es!

¡Ese será nuestro nuevo objetivo!… ¡Nosotros mismos!

Y te lo digo especialmente a ti… MUJER… Estás viendo a tus hijos donde querías verles… Te sientes orgullosa de ellos y de ti misma por lo que se ha conseguido…

¡Es tu turno!

Ahora tu objetivo es hacerte feliz a ti misma. Empieza a hacer cosas que te gustan… Esas cosas que siempre habías dejado «para después», porque no tenías tiempo.

Cosas que te apetezcan… Porque te lo mereces.

Porque tienes derecho a ello. Porque siempre lo has tenido…

… Pero ahora, más que nunca… ¡TU OBJETIVO ERES TÚ!

 

 

 

No sé «ligar»

 

 

Veinticinco… Veintiocho… Treinta años… Chico… Chica… Hombre… Mujer…

Y no sales con nadie… No tienes pareja… Y no la encuentras porque dices que eres tímido… o tímida; que no sabes qué hacer para acercarte a ellas… o a ellos. Y que, además, te da miedo intentarlo, porque no quieres que te rechacen o que se rían de ti.

Bueno… El miedo al rechazo y al ridículo es algo más común de lo que pensamos y todos, en algún grado, lo sentimos más de una vez… y más de dos…

Sin embargo, lo que realmente está ocurriendo es que somos víctimas de ciertos niveles de autoexigencia, porque queremos que todo salga bien.

La cuestión es que, cuanto más te esfuerces en que todo sea perfecto, en esa misma proporción, cualquier paso que intentes dar hacia delante también será más torpe… La clave entonces está en que te muestres tranquilo ante esa situación.

Al fin y al cabo, si lo piensas un poco, es una situación normal. Se trata de relacionarte con otra persona… sin más. Y eso lo hacemos todos los días, en casa, en el trabajo, en la calle… Así que, algo sabemos al respecto.

Pero hay algunas cosas que quizá te ayuden en esos momentos «más especiales»… Por ejemplo, ponte ropa con la que te veas bien, pero que te resulte cómoda (aunque sea de fiesta o «de salir»)… Cuanto más cómodo te sientes contigo mismo, mejor te sentirás ante los demás.

Habla con naturalidad, como si te estuvieras dirigiendo a un compañero o conocido. Después de todo, en cuanto sabes el nombre de otra persona y tienes una «panorámica» de su aspecto, técnicamente se puede decir que ya la conoces… aunque no sea «en profundidad».

Por otra parte, si quieres que los demás piensen que eres una persona segura de sí misma, ante todo tienes que aparentarlo (aunque la procesión vaya por dentro, ya sabes)… Pero no te pases: Si un tímido no consigue nada, a un fanfarrón o a una lanzada se les mira con recelo y se les rehúye; por lo que tampoco consigue nada.

Entonces, con aplomo y, sobre todo, con «buenas maneras», empieza hablando de cualquier cosa que no tenga relación directa contigo, ni con ellas o ellos, y que sea intrascendente… Y si al hacerlo, le pones alguna que otra sonrisa a tu expresión, conseguirás muchos más puntos en la evaluación que están haciendo de ti en ese momento.

Porque… y esto es una realidad… te están examinando. Y tú lo sabes. Por eso te pones nervioso… o nerviosa ¿Verdad?… ¿Pero cuántos exámenes te han  hecho en tu vida?… ¿Colegio, Instituto, Universidad?… Y alguno has aprobado ¿no?… Pues eso.

Ahora bien… ¿Qué pasa si te digo que, en este tipo de exámenes, «la nota» ya te la han puesto antes de que empieces a hablar?… Es probable que alguna vez hayas estado en el lado «examinador», por lo tanto ya sabes de qué estoy hablando… Así pues, eso es lo menos importante… Esa «nota» se puede cambiar, a medida que se van haciendo méritos.

Sigue adelante con la conversación, como si nada… Observa sus expresiones y, si compruebas que una frase llama su atención, desarrolla ese tema hasta donde puedas. Pero bajo ningún concepto hables de cosas personales. Estás en «el primer paso» y no te conviene subir la escalera saltando de tres en tres… Te podrías caer.

Así que, si todo ha ido bien, si la conversación ha sido entretenida y os habéis sentido los dos cómodos, despídete con amabilidad y haz una propuesta para quedar en otra ocasión… Pero no para el día siguiente. Da un respiro… Porque para despertar el interés de alguien hacia ti, tienes que dosificar tu presencia y provocar en ese alguien, las ganas de verte.

Pero si las cosas no han funcionado como esperabas, no pierdas el tiempo. Despídete también con amabilidad y dirige tus esfuerzos hacia otro lado.

En esto, como en casi todo, funciona muy bien la teoría del ensayo y el error. Haces algo ¿sale mal? Aprendes qué es lo que no ha funcionado y lo tienes en cuenta para la próxima vez… Pero haces algo y sale bien… y aprendes qué es lo que ha funcionado y lo desarrollas para alcanzar el objetivo.

O sea, cuanto más practiques, mejor lo harás… Así que no te quedes en casa, masticando tu desgracia, lamentando tus fracasos y buceando en tu victimismo.

No consientas que un «fracaso» con alguien en concreto te desmoralice. Además, piensa que, si alguien no ha sucumbido a tus encantos, es porque realmente ese «alguien» no se merece a una persona tan maravillosa como tú.

A ti te está esperando alguien especial.

Sólo se trata de que la encuentres.